lunes, 27 de agosto de 2012

"Dar testimonio no es estar en la sala de tortura pero es un hecho tortuoso" - Entrevista a Miguel D´Agostino


“En 54 años de vida, 91 días no son nada” dice Miguel D´Agostino, quien estuvo secuestrado esa cantidad de tiempo durante 1977, en plena dictadura militar. Sin embargo, ese porcentaje ínfimo comparado con la totalidad de su vida es el que lo llevó, desde el momento de su liberación hasta el presente, a testimoniar una y otra vez en distintos juicios. Si bien los casos juzgados en ABO y ABO bis condenaron a algunos de sus represores, él es crítico de la Justicia y cree que la democracia tiene una deuda con su militancia y la de las miles de personas asesinadas y desaparecidas.
            D` Agostino llega con las manos en los bolsillos, observa hacia todos lados. Entra relajado al bar de Corrientes y Salguero. Las entrevistas le resultan familiares: lleva contando su historia desde hace tres décadas, de modo incansable. Toma el primer trago de café y empieza: “Tenía 18 años. Era militante político y dirigente estudiantil. Pertenecía a la Juventud Guevarista y al Partido Revolucionario de los Trabajadores. Me secuestraron el 2 de julio de 1977 en Castelar”. Fue a la madrugada. Lo llevaron al campo de concentración Club Atlético, en Paseo Colón y San Juan. “Allí permanecí 91 días, encadenado, tabicados los ojos, aislado e incomunicado del exterior” agrega, contundente. “No sé cómo sobreviví” dice D´Agostino, hace una pausa y sigue: “Quizás, porque no encontré la forma de suicidarme”.
            Lo arrancaron de la casa de sus padres. “Lo recuerdo claro: traspasar la puerta del chalecito de Castelar, salir a la vereda encapuchado, esposado y golpeado. En ese momento fue como si se hubiera generado un dispositivo en mi cabeza, una forma de resistir que fue la de considerarme muerto” cuenta, y pareciera que también se lo dice a sí mismo una vez más para ayudarse a comprender cómo resistió cada uno de los momentos que viviría. Agrega: “Me golpearon, me picanearon y dolía. Pero yo era un bulto. Mi cabeza estaba en otro lugar”.
            El 20 de septiembre de 1977, trasladaron a varias de las personas que estaban secuestradas en el Club Atlético Banco Olimpo, para exterminarlas. Desde hacía días, D´Agostino venía muy angustiado y le preguntó a Daniel Di Nella – a quien los secuestradores usaban como mano de obra esclava y por eso se movía por otros lados y tenía información - si lo iban a matar. El tipo le contestó: “Petiso, quedate tranquilo. Con vos hay otro proceso. Si no te largaron en esa tanda no va a pasar nada. A mí me matan pero a vos no”.
            Diez días después de aquellas palabras, a D´Agostino lo torturaron para saber qué sabía de su paso por ese lugar, lo llevaron a hablar con un Coronel que le dijo que iban a liberarlo pero que se portara bien, lo subieron a un auto y lo tiraron en la calle. Lo lanzaron junto a otro hombre en la puerta del Hospital Borda.
            Desde el 30 del septiembre de 1977 - día de su liberación - D´Agostino se dedicó a intentar reconstruir lo que había pasado. Vuelve a recordar el momento en que se había considerado muerto y describe: “Después de unos días de estar en el estado de las torturas, la leonera, la picana eléctrica, el interrogatorio, el golpe, los cadenazos, las quemaduras, empecé a tratar de recuperar la vida, por así decirlo. Quise, entonces, intentar algo. Intentar algo era conversar con otros, empezar a observar y registrar quiénes eran ellos. Me relacioné con personas que estaban ahí. Quería interpretar lo que estaba sucediendo”. Ese reencuentro consigo mismo fue el factor que le permitió, mucho después, dar testimonio en distintos juicios.
            El hecho de haber estado dispuesto a contar su experiencia desde el primer momento, lo ayudó a construir una memoria. “Mi primer testimonio es una carta a mi hermana, al exilio. Desde entonces, cada instancia que fui averiguando la iba transfiriendo a través de cartas”, cuenta D´Agostino. En 1979, logró cruzar a Uruguay y tomarse un avión a Bélgica, donde pudo contar lo que sabía y había vivido, en organizaciones no institucionales que estaban montadas afuera.
            La primera vez que testificó desde el punto de vista oral y público fue en el Juicio a las Juntas, en abril de 1984. Dice, sobre aquel día: “Yo venía de una formación político ideológica que no creía en la Justicia, en esta Justicia, que forma parte del Estado de Derecho de un gobierno democrático. Pensaba que no tenían ningún sentido esos juicios.” Cuando comenzó a funcionar la CONADEP - que se encargaba de recopilar testimonios y denuncias de personas que habían sido víctimas del terrorismo de Estado - quienes pensaban que ese no era el camino, entraron en crisis. A D´Agostino le pasó. “Pero era lo único que había así que fui”, dice. A pesar de que es un crítico justo – valga la redundancia – de la Justicia, siempre colaboró en los juicios por la verdad. “Lo hice y lo sigo haciendo porque es un espacio más dentro de la lucha, para que se conozcan estos hechos y la sociedad pueda condenarlos social y políticamente”, manifiesta. Y hace una aclaración: “Dar testimonio es uno de los sentidos que tiene mi sobrevida pero siempre participé sabiendo que es una Justicia que va a tratar de amortiguar los hechos, juzgar y condenar parcialmente para cerrar una etapa pero que en realidad va a contribuir muy poco al esclarecimiento y resolución del conflicto fundamental por el que nuestra generación participó de una militancia que llevó al terrorismo de Estado”.
            En general, D´Agostino busca instalar los conflictos que tiene respecto a lo judicial, mientras realiza sus testimonios. Lo dijo alguna vez en un Tribunal: “Estar acá, dar testimonio, no es estar en la sala de tortura pero es un hecho tortuoso, desde lo personal, desde lo psicológico. Hay que estar acá, frente a algunos de los que te torturaron, para estar relatando esto, sabiendo que no va a conducir a mucho”. Se refería a que en esas instancias no se resuelve un conflicto personal sino que se juzga lo que los represores y asesinos representaban y el marco dentro del que articulaban su accionar. La atomización de los juicios le parece un aspecto esencial en la falencia que describe: “No se ha logrado transmitir el todo. Es algo que lleva a cabo el poder burgués. Se juzga como si algunos represores aislados se hubieran unido para hacer daño a cinco o seis personas. Los juicios están atomizados. Ante la nada, sirven. Pero dificultan la comprensión de lo que sucedió. Habría que ir a todos para tener esa idea”.
            En 2010, D´Agostino testificó por primera vez por su caso, cuando comenzó el juicio ABO. Esa instancia judicial marcó una diferencia para él. Se investigaban 181 casos de personas que habían estado secuestradas en el Club Atlético Banco Olimpo. Aquella vez, la sentencia dictaminó que se condenara a prisión perpetua a doce de los imputados y a 25 años de prisión a otros cuatro. Uno de los represores quedó absuelto. En 2012, se inició el juicio ABO bis en donde se juzgaba a dos represores más, donde también testificó. En ambas sentencias, fueron condenados nueve de los represores que estaban imputados por su caso. Sus secuestradores siguen sin ser juzgados. Opina al respecto: “La justicia no fue completa en su trabajo en cuanto a la continuidad del delito: orden, ejecución del secuestro, del cautiverio y del exterminio. La figura de genocidio, además, no ha sido interpretada ni investigada por la justicia”.
            El sistema judicial y los contextos políticos han ido cambiando. D´ Agostino no niega que hayan sido cambios positivos pero cree que si bien la realidad se ha transformado, “el conflicto principal es el hambre, la miseria, y la falta de atención de un montón de seres humanos, de compatriotas de este país o de la región que viven en condiciones por las que nosotros luchamos para modificar. Vamos a poder decir que se hizo justicia si algún día la sociedad en su conjunto puede modificar esto”, dice.
            Para dar testimonio en el juicio ABO, D´Agostino hizo algo que no había hecho antes. Se tomó una semana para repasar todos los testimonios que tenía documentados, revisar si tenía contradicciones y leerlos para no olvidarse de nada. “Hice un repaso y articulé mas o menos una estructura”, cuenta. Después estuvo casi cinco horas frente a la jueza. “No quería olvidarme de nada. Por ahora tengo buena memoria”, agrega. En algo también se diferenció este juicio: en la marcada necesidad de un abrazo afectivo que lo contuviera al terminar su declaración porque “es duro estar dando testimonio en ese lugar, frente a esos tipos, con el compromiso y la presión de no olvidarse de nada”, expresa.
            La celeridad de los juicios, el modo en que actúa la Justicia, los contextos en que se testifica. Son aspectos que D´Agostino no puede dejar de lado cuando piensa en la experiencia de testimoniar. Expresa: “Me han preguntado si vi cómo torturaban a una persona. ¿Simplemente la picana eléctrica es tortura? La picana duele, quema, pero es un instante. Estar encadenado, incomunicado, aislado, sin poder ver ni comer bien, sin tener un abogado, no saber qué te espera, todo eso es también tortura. Yo decía ante el Tribunal que con todo eso que había relatado no hacía falta responder esa pregunta. Yo se lo que quieren escuchar los jueces pero quise transmitir eso en el Tribunal. Forma parte de mi conflicto general respecto a los juicios.” Forma parte, también, de su resabio de militancia, de un dispositivo que parece haberse despertado en su cabeza, esta vez, para decir todo y no guardarse nada. 

viernes, 17 de agosto de 2012

Es necesario.

Día 23

"Fuimos al Lago Maggiore - o Lago Mayor - aunque no es el más grande de los lagos de Italia. A pesar de lo que pareciera querer decir su nombre, es el segundo en tamaño.

No le ponía muchas fichas. Era el primer día que agarrábamos el auto y salíamos a recorrer el norte. Pensaba que me esperaría un lago, unas montañas y ya. Digo "ya" porque el día anterior habíamos llegado de París (o Pariyi, como le dicen acá) y yo pensaba que nada podía superar a esa ciudad. Era como si el viaje se hubiera terminado ahí e Italia hubiera sido sólo una yapa, un regalo antes de volver. Pero el Lago Mayor no es nada más un poco - un poco - parecido al sur argentino. Tiene dos islas y unas construcciones que no me recuerdan a nada de lo que vi alguna vez. Todo lo que lo bordea son distintos pueblitos con flores, muchas flores y colores, lugares poco turísticos. Hablás español y te miran con sorpresa.

En la Isola Bella - o Isla Bella - está el Palacio del cardenal Borromeo. Para llegar tenés que tomar una lancha y hacer un viaje de diez o quince minutos.

(Debo interrumpir la cronología para decir que algo me pasa con despegar los pies de la tierra. Tengo un problema con viajar por aire y mar. La nada. No se. Me decís lanchita, barco, avión - salvando las distancias entre uno y otro - y pienso "¿Es necesario?". Lo mismo me pasó ese día. Pero apenas sentí la ondulación del lago me dejé de joder. Era hermoso estar ahí. El simbolismo es tan obvio que me causa un poco de gracia. Esto de estar tan en movimiento se ve que no me mata. Más bien estoy viviendo. No olvidar. Escribir y subrayar esta parte).


Entré al palacio como aburrida. Qué se yo. Estaba el lago ahí. No se si quería visitar el palacio de un cardenal, un lugar interior, habiendo tanto sol afuera. Además, todavía no tenia confianza en Roberto, en sus elecciones. El lugar era antiguo, medieval, pre moderno y típico en el sentido de histórico. Pero las vistas desde los jardines y las ventanas eran hermosas. Todo era lago. Cómo vas a llegar hasta ahí y no vas a entrar al palacio. El lago inmenso y azul.

Comimos en un lugar que había cerca y tomamos otra lancha a la Isla de los pescadores. Roberto insistía en que por más de que tuviéramos que seguir viaje no podíamos perdernos esa Isla, así que fuimos. Otra vez sentí desconfianza. Llegamos. Estaba llena de casitas, calles y algunos pocos negocios. Desde cada lugar se veía siempre el lago, a un costado u otro, rodeando la isla pequeña, y entonces - a esa altura del día - me di cuenta de que Roberto sí sabía a dónde nos estaba llevando. Tomamos un gelatto - cómo no hacerlo - y antes de subir a la lancha otra vez Roberto me regaló un libro del Lago Mayor, en español, para que entendiera mejor de qué se trataba la historia del lugar y me llevara buenas fotos. El tipo está en todo, pendiente, queriendo que estés bien. Eso de que sea una persona tan presente me da ganas de llorar. No se por qué, quizás tenga que ver con que encontrarse con alguien así en medio de tanta mezquindad te descoloca. Ese día Roberto me dijo Yuli y con eso inició la amistad.


Volvimos a las orillas del Lago y buscamos el auto para ir a Lugano, a cruzar la frontera y echarle un vistazo a Suiza. Estábamos cerca de los Alpes suizos. Era un quilombo llegar pero no estás cerca de los Alpes todos los días, así que fuimos, por intriga. Fue difícil. El camino era por montañas - nunca una tarea sencilla -así que para acortarlo tomamos un ferry - con auto incluido - que cruzaba todo el lago. Sentí la misma incomodidad de siempre: "¿otra vez viajar por agua?" y enseguida y también otra vez la ondulación, el viento pegando en la cara y con eso mi calma. La orilla alejándose, la nada, el agua, el sol, la lejanía de Buenos Aires.

Después de un camino en auto que duró sus horas cruzamos la frontera como si nada y llegamos a Lugano. Suiza me pareció lo que era de esperar: pulcro, correcto, lindo pero insulso. No me pasó nada muy grande frente a un Alpe. Igual, sólo estuvimos un rato y una gran parte de él paramos a tomar algo porque no dábamos más. A orillas de Lugano, en un bar muy after office lleno de suizos que hablaban italiano sólo pude ser cínica respecto a mi mirada. Saqué fotos a los yuppies que seguramente hablaban de trabajo y a los colores rojo y blanco que están en cada cartel, en cada publicidad, en cada logo, simbolizando la bandera suiza.














Emprendimos la vuelta como a las ocho de la noche y nos perdimos. Roberto nos pedía perdon todo el tiempo. Excusi, excusi, una y otra vez. Pero la culpa, en esos casos, no es de nadie.



No olvidar mencionar que como llegamos a las 23:30, no habíamos comido y estaba todo cerrado, Gina - la mamá de Roberto- nos preparó unos fideos espectaculares. Ah... la pasta italiana. "




martes, 31 de julio de 2012

Empezar desordenado

Empezar desordenado, de atrás para adelante, también es una forma de empezar a contar. La cuestión es que Roberto me regaló un cuadernito rosa floreado. "Toma Yulia, te gustan las flores, para que escribas el viaje" me dijo en un italiano que entendí porque él se esmeró en que así fuera. Y yo, que hasta ese momento me había propuesto y jurado no escribir nada sobre los días para no controlar todo y soltar un poco a ver qué quedaba, me di cuenta de que me había auto-provocado una trampa, refugiándome en las fotos. Desde Ezeiza, había sacado una cantidad inconmensurable de imágenes para llevarme en una memoria que no era la mía. Eso era casi lo mismo que escribir. O peor.

El regalo de Roberto era una invitación y un voto de confianza. Era como si me estuviera diciendo que se me notaba, eso de tener cosas para decir y que no pasaba nada si lo hacía. Hay personas que te descubren exactamente ahí donde vos no explicitás nada.

Que faltara poco para volver a Buenos Aires era una razón poderosa para querer guardarlo todo. Por eso, la noche del día 25 me agarró tirada en la cama de uno de los cuartos de la casa de Roberto - el amigo de la familia - en Ponte San Pietro, un pueblo muy chico cerca de Milán, a las 2 de la mañana, haciendo el ejercicio de recordar y escribir día por día.

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Día 25

"Se puede empezar por decir que recibí este cuaderno cuando llegamos de la Costa, a eso de las 10 de la noche. Conocimos Camogli, Rapallo, Santa Margarita y Portofino, en ese orden. Son pueblos que están a 250 km desde donde estamos. En realidad pensábamos quedarnos una noche allá y aprovechar dos días de sol y playa, de Mediterráneo y cielo, pero el día estaba húmedo, tapado de nubes, con niebla y lluvia, y no pensaba mejorar, así que a la noche nos volvimos a Ponte.

La costa Liguria es linda, en el sentido de rara. Tiene un montón de casitas colgadas de montañas, tipo morros pero más grandes. Todas son de colores similares: los mismos naranjas, terracotas, amarillos, verdes. Tiene mucha vegetación florida. Los colores de Europa son de lo más lindo. Me gusta el color del verano por acá. Hay flores, muchas flores y yo me quedo paralizada mirándolas. Me parece que Roberto se dio cuenta.



Primero pasamos por Camogli, un lugar no muy turístico y de montañas altas, con muchas casas colgadas, entonces las vistas desde las calles son impresionantes.

Después bordeamos Rapallo y paramos a tomar algo en hasta Santa Margarita, que es tranquila y linda. Desde ahí tomamos un colectivo con el que tuvimos un episodio desafortunado. Iba hasta Portofino porque no se podía llegar con auto. Eran poco más de 5 km por montaña, un camino difícil, estrecho, sinuoso y había mucha gente que quería llegar hasta ahí. El transporte primermundista en la zona más top de Italia funciona peor que el Sarmiento. Viajamos aplastadísimos, frenando cada 10 segundos para no caer al prepicio o chocar con el auto de enfrente.

A la vuelta, un alemán empezó a golpear la puerta para que le abrieran - no sabemos si por claustrofobia o porque le había quedado alguien abajo, o simplemente por no poder soportar ser transportado de esa inhumana forma - y en ese acto golpeó sin querer a una chica que una vez que el tipo se bajó se quedó agarrándose la cabeza mientars al lado de ella, a un par de mujeres nos temblaban las manos y quizás, también, las piernas.


El camino es difícil pero Portofino es estéticamente hermoso. Tiene casas de colores y pintadas. Una casa puede tener cuatro ventanas pero dos de ellas estar dibujadas, ser artificiales. Esto puede verse como algo artístico y agradable, como toque personal y original de las viviendas del lugar. O también sentirse como asfixiante: pintar ventanas en vez de hacerlas puede ser raro.

Esas casitas dan a un puerto chico y todo ese paisaje es la postal del lugar. El puerto tiene cruceros privados y lanchas. Es un lugar selecto y concheto. Abajo de muchas de las casas hay tiendas de marca: Rolex, joyerías con anillos y collares carísimos, Dior, y podríamos seguir.


La humedad era terrible. Se sentía en el cuerpo. Subir al auto fue un alivio, un microclima. Después de equivocarnos una ruta, retomar la nuestra, atravesar un montón de túneles dentro de montañas, ver cómo anochecía en el camino y dormir de a ratitos, llegamos a la casa de Ponte, donde comimos una pizza gigante que compramos en la única pizzería abierta del pueblo. Esa noche probé algo que allá se toma casi como el Fernet con Coca acá: cerveza con Sprite. No estaba mal.

Cosas para no olvidar:

- La humedad definitivamente mata.

- Son lugares para conocer pero no invitan a quedarse. El exceso de caretaje puede por momentos asquear.

- La Costa Liguria está llena de italianos que veranean ahí. No hay ni un sudaca. Ni siquiera un español.

¿Y si el Primer Mundo - el de Europa - es un mito?

- La lluvia complica todos los paisajes menos el de París. "



lunes, 11 de junio de 2012

Facebook y la piratería


Martina se recibió de politóloga pero lo suyo era la organización de eventos, lo supo siempre. Aceptó un trabajo a través de un conocido en una de esas agencias y no le resultó difícil convertirse en wedding planner.

Después de seis años de una relación casi matrimonial que la agobiaba, le pidió a Pablo que se fuera de la casa en la que convivían. Se separó. Alguien como Martina, inquieta, imparable, no puede estar sola.

Una tarde, en un evento, se cruzó con Lucho, el sonidista. Se cayeron bien. Era un casamiento en San Antonio de Areco. En un recreo de trabajo, él le convidó una cerveza y cruzaron las primeras palabras fuera del protocolo laboral. Se sucedieron las fiestas y los encuentros. Empezaron a salir a escondidas de sus compañeros.

Eran los principios de Facebook. María Emilia se había armado uno, por intriga. Una noche que recuerda bien se puso a hacer lo que sin saber miles hacían al mismo tiempo: stalkear. Lucho no tenía Facebook porque le parecía una pelotudez. No conforme con las circunstancias, habiendo heredado la experiencia del rastreo de fotologs, buscó a los amigos de él y encontró a uno que prácticamente no conocía. Miró todas sus fotos. Descubrió una chica que estaba en todas las fotos con él: fotos familiares, fotos con amigos, en todos esos ámbitos de la vida de Lucho que ella nunca había conocido.

Pasaron días. Martina, la fuerte, la lanzada, la impostergable, le pidió solicitud de amistad a Paula. Le contó todo sin vueltas. Chatearon mucho. Paula le dijo que no era la primera vez que le pasaba, que Lucho estaba perdido, que estaba enfermo.  

Un viernes, después de un evento, Lucho llegó a su casa. Cuando Paula le abrió la puerta notó que la mesa estaba puesta para tres y que Martina era la invitada de honor.

Fue una cena tan entretenida que ninguno probó la comida.

Actualmente, Lucho y Paula siguen juntos. Martina volvió, frustrada, con Pablo.




Lo importante es que esas personas realmente existen. Esa es una historia real.

domingo, 3 de junio de 2012

Un reloj y un tango para despertar

-Siempre digo que no me importa morirme mañana, que ya viví la vida. Y me retan porque hablo mucho de la muerte. Pero recién te escuché cantar y me dio mucha lástima ser así de viejo -  le dijo Aldo a Carola. Después le pidió que volviera a tocar el tema alegre, el que dice un ranchito borracho de sueños y amor quiero yo.

Aldo y Juana viven a 500 kilómetros de Buenos Aires. El domingo, cuando Carola abrió la puerta y encontró del otro lado a sus abuelos, les notó la edad. Él -que antes hacía los mandados para todos, se subía al Peugeot 504 y le daba si era necesario hasta el fin del mundo - ahora daba pasos cortitos, caminaba lento y se dejaba dar la mano como ayuda.

Se quedaron una semana en casa de Carola, que se tomó esos días para aprovecharlos porque ya los estaba extrañando de una forma incómoda. Pasó de todo, si se entiende por "de todo" que compartieron días juntos.

El día anterior a que Aldo y Juana volvieran a su pequeña ciudad infierno grande, Carola tuvo insomnio. Todos se fueron a dormir menos ella. Entonces vinieron las preguntas atragantadas, todas juntas. Qué sentirá alguien de 80 años. Qué pensamientos esconderán los silencios de los viejos. Qué habrá al fondo, en aquella profundidad con que te miran a los ojos. Además de la idea de la muerte, ¿qué? Esa noche, su abuela le había dicho que cuando volvieran al pueblo iban a estar solos y aburridos. Lo había hecho en secreto, mientras la agarraba del brazo cuando volvían caminando del restaurante.

El nudo en la garganta estaba por estrangular a Carola. Todos esos días, se la había pasado cantándoles canciones a pedido. La llorona, un par de boleros desolados, otro par movidos, unos cuantos tangos que no sabía tocar en la guitarra pero igual lo hacía, la alegre del ranchito. Estaba agotada e incompleta.

Sentía que tenía que haberles dicho que no se preocuparan por ella, que estaba bien. A la abuela, más que nada, que le preguntaba todo el tiempo por el amor. Pero sólo le había dicho Abuela, es difícil porque las mujeres se entienden entre sí a todas las edades. Es como si el género sí definiera a las personas cuando se juntan distintas generaciones a tocar el mismo tema. Hace unos años, cuando se separó de Marcos, Juana fue la única que supo decirle algo que le llegara: "chiquita, no llores más, si lo que hay entre ustedes es grande no hay manera de que puedan evitarlo. Si esto realmente termina acá, es porque hay otra relación que espera y será enorme. Cuando uno se enamora, no te separás fácil, cedés un montón de cosas, das pelea, aguantás, insistís. Si así no es, que se pierda, soltalo, hoy te parece terrible pero no. Sos tan linda y tan joven".

Hacía apenas un rato, Aldo, antes de irse a dormir, le había pedido a Carola un despertador. Ella le llevó el nuevo, le mostró que sonaba fuertísimo, le contó que lo había buscado a propósito para poder despertarse, por fin, a la mañana. Él se había quedado deslumbrado frente el reloj: los números grandes, el sonido, el botón que hacía encender una luz para poder ver la hora en la mitad de la noche. Ella se lo regaló.

Carola se acordaba de ese interés inesperado de su abuelo por ese objeto y decidió que al otro día iba a ir a comprar el libro más completo de letras de tango para regalárselo a su abuela, que cantó toda su vida y la noche anterior le había dicho que la voz ya no le daba. Carola sabía que eso era mentira, la voz de Juana es eterna,  lo que no hacía era practicar porque se olvidaba las letras.

La pena inmensa de que tengamos que morirnos, era eso lo que anudaba la garganta. El único alivio posible - lo supo- era colaborar disimuladamente en el amanecer de sus abuelos, que en definitiva parecían querer expresar  que el miedo verdadero no era a morir sino a quedarse dormidos.


miércoles, 23 de mayo de 2012

Hambre de poesía

Apenas empezó a hablar, Laura, Cami y yo nos propusimos tomar apuntes.

Decía la profesora, a propósito de un texto sobre cine y psicoanálisis, que "El exhibicionismo/voyeurismo de agujero de cerradura no lleva en él algo triunfal, porque no se exhibe a través de lo exhibido, la exhibición". 

Más tarde explicaba que "la película de ficción tradicional se caracteriza por estar dentro de un régimen de exhibicionismo/voyeurismo de ojo de cerradura porque es exhibicionista y al mismo tiempo no lo es, ya que miro la película pero ella no me mira mirarla".

Laura agarró el cuaderno y nos dijo, bajito:

-No se exhibe a través de lo exhibido
La exhibición
La miro
Ella no me mira mirarla
Dejate de joder, parece un poema.

Seguí:

- La profesora
Nos mira no mirarla
A través de un agujero
De cerradura
Y de milanesa
Con papas fritas

- Con papas fritas que nos miran y una Coca vouyerista- agregó Cami, que estaba sentada atrás.

Pasadas las diez de la noche de un martes, teníamos mucho más hambre de comida y de poesía que de un teórico de semiótica.

domingo, 20 de mayo de 2012

Porque sí

Me sonó el celular y cuando quise responder se me fue de las manos, cayó al piso y pegó con la punta de una baldosa. Lo levanté. La pantalla estaba totalmente estallada y el celular apagado.


Sentí eso que aparece cuando sobreviene la sensación de que de no haber atendido no hubiera pasado, de que podría haberse evitado y la realidad hacía cinco minutos era distinta y mejor que la de entonces. La conocida insistencia de buscar siempre culpables.


Me vi en el reflejo de la pantalla, me vi la cara estallada. Me resultó familiar. Debió haber sido porque la vida se te estrella. No avisa y por eso traiciona, la vida. Se golpea contra una punta, porque sí y a pesar de vos, de todos. Entonces, el duelo del golpe - perverso y mentiroso - te susurra que será eterno.



domingo, 13 de mayo de 2012

No saber (pero contestar)

De haber tomado el 65 me hubiera bajado en La Plata y Rosario, caminaba una cuadra y Noelia me abría la puerta y desde adentro salía olor a milanesa. Pero tomé el 44 y después el 5 y nunca supe dónde estaba, por eso fui chateando por celular todo el viaje para que ella me dijera donde bajarme. Mientras tanto,  Marti me mandaba mensajes de texto por cosas pendientes para un trabajo de la facultad, una profesora avisaba vía mail que esa semana no había clases y Juan me preguntaba por whatsapp si nos veíamos a la noche. No sabía si lo quería ver. 

El viaje se pasó muy rápido. Cuando aparentemente había llegado el momento de bajarme, me acerqué a la puerta para tocar el timbre. ¿Esta es Rosario? le pregunté a la señora que tenía al lado y como me dijo que sí, guardé el celular en el bolsillo de la campera y miré la altura de la calle. El colectivo arrancó furioso y en segundos dio un golpe seco, fuerte, contra algo que evidentemente estaba parado.  

Fue todo junto. El golpe, el susto, todos yéndonos para adelante, la señora a la que le había preguntado por la calle cayendo de espaldas contra el piso, su cabeza contra la puerta de salida, mi reflejo de agarrarla de un brazo, otra señora agarrándola de la campera, alguien preguntando ¿Está bien, señora?, una mujer con cara de orto que miraba el reloj, caras de desconcierto, mi celular sonando. Y por fin el tránsito se paró.

No sabíamos qué había pasado. Estábamos bien pero aplastados unos contra otros. Nadie hacía nada. Fui adelante a ver si habíamos - nosotros - atropellado a alguien o quizás a salir rápido de ahí porque ya me faltaba el aire. El chofer había bajado a hablar con la mujer que estaba parada al lado del auto contra el que nos dimos - digo nos dimos - y ya subía, otra vez, al colectivo. 

- Señor... - le dije. Apenas lo vi de cerca supe que estaba llorando.  

- No sé qué me pasó. Fue el acelerador. Se me fue la máquina, y bueno, y chocamos - 

- Está bien - lo calmé - lo que quiero decirle es que atrás hay una señora que está golpeada y no es grave pero usted debería....

Se paró rápido. Caminó por el pasillo lleno de gente, dijo: - ¿Dónde está la mujer que se golpeó?

Bajé por la puerta de adelante. Ya podía irme pero no debía. Mientras llamaba a Noelia para decirle que había chocado, miraba bajar a los pasajeros, veía todavía lagrimear al colectivero, que también sudaba y se le caían los mocos. La última en bajar fue la señora que estaba golpeada. Era chiquita, liviana, humilde. Humilde como esas personas que no quieren molestar porque siempre piensan que molestan. La agarré del brazo, otra vez, le dije: Señora ¿está bien? ¿La van a llevar al médico? Me respondió que no sabía si estaba bien, que le dolía la cabeza pero¿te parece necesario que vaya? me preguntó. Mientras tanto, Noelia seguía al celular y me insistía en si estaba todo bien. Sí, estoy bien, respondí, sí, señora, me parece necesario, vaya así se queda tranquila, la vi caer, el golpe fue fuerte, vaya. Perdón Noe, ya te hablo, estoy hablando con una señora. ¿Usted está bien? ¿Quiere que la acompañe a algún lado? Me dijo: No, está bien, estoy bien. Le dije: Bueno, cuídese. Hola Noe, estoy al 200. Voy para allá. Sí, estoy bien. Esperame que me llegó un mensaje. Andá bajando, ya llego.

- Hola. Qué quilombo. ¿Qué pasó? - me dijo Noelia cuando me vio. Se asomó a mirar la calle.

- No sé- le respondí - Choqué. 


martes, 3 de abril de 2012

Saber

Saber de algo, saber de alguien, saber de mí.

No saber muy bien qué se hace con lo que se sabe.

Querer, entonces, saber más. De algo, de alguien, de vos, de mí.

No saber qué hacer con lo que se sabe.

Y así.




Tarea para el hogar: ¿La curiosidad mató al gato o el gato se suicidó?

miércoles, 28 de marzo de 2012

Con la tapa de una olla


Laura dice que se rompe una vez y ya está, que no se arregla nunca más, así, del todo.

Dice que alguna vez todos tuvimos uno nuevo pero lo chocamos contra otro a toda velocidad porque esa primera vez no había mucho a lo que tenerle miedo. No sabíamos del dolor. Fuimos y nos la dimos con todo.

Me explica que todos tenemos el corazón un poco roto, que todos andamos en un fitito destartalado. Que a veces se te rompe hasta el volante y manejás con la tapa de una olla. Andás sin frenos, te chocan otra vez, chocás vos. Que no podés, aunque quieras, andar en auto nuevo. Eso ya pasó. Ahora tenés ese fitito y además, la dificil tarea de amarlo, porque hay que ir por ahí, manejando así, a la vista de todos.

Fijate bien, fijate bien, me dice con los ojos grandes, todos andamos manejando con tapa de olla. Hay gente que adorna lo estropeado, construye sobre lo que tiene, pero todos tenemos roturas irreparables. Y en vez de llamarlo corazón me dice que si mi fitito es más lindo es porque le puse más de mí, no porque sea mejor.

Si no lo arreglás un poco y vas con miedo y despacio, no podés impactar a nadie. No podés volver a chocar. Te quedás ahí parado, espiando el abismo del desarmadero. Sé es muy joven y muy inteligente para eso, me dice Lau.

- Puede ser - le digo- pero si pasa uno en auto estropeado y a la vez descapotable, ese sí está arreglado. Ese pudo. Se curó.

-No sé - me dice Laura - no sé, capaz quiere decir que en el último choque se le voló hasta el techo.






jueves, 15 de marzo de 2012

Finito, armadito, pintado

Todo tan estudiado tan correcto tan coherente, controlado, calculado, medido y pensado, especulado, supuesto, superpuesto y paniqueado.

No haber podido relajar ni sentir ni decir ni no decir ni callar ni gritar ni gemir ni adorar. Sólo haber actuado por obligación, por culpa, por necesidad, por aburrimiento, porque no hay nada mejor, por las dudas, por deber, por favor.

Todo todito, finito, armadito, pintado, para llegar al fin del día a despejar esa molestia en el pecho, ese mal trago absurdo bloqueo dilema, al preguntarte qué te habrá distraído como para no haberlo hecho por ganas porque te cabe porque te gustó, te gusta, te gustaría y porque sí.



lunes, 5 de marzo de 2012

Cómo explicarlo


Nicolás nació en 1932, en medio de la Gran Depresión, en un pueblo de la Provincia de Buenos Aires. Su infancia no fue fácil. Alrededor de los diez años empezó a trabajar para ayudar a su familia, que vivía en la pobreza más grande que él recuerda: “Mi papá pasaba una miseria terrible. Durante muchos años cuidaba los caballos en la cama para que comieran pasto. Mi mamá cosía hasta las 5 de la mañana para los negocios que vendían trajes, y lo hacía de aficionada porque nunca había aprendido. Vivíamos de lo que hacía ella porque mi papá no tenía un peso. Se agarró una seca de unos 4 ó 5 años”. Doña Emma se había casado con un hombre que murió en un accidente. Enviudó y heredó un campo que quedó a cargo de don Nicola, su segundo marido. Don Nicola, padre de Nicolás, no pudo sacarlo a flote.

Los acontecimientos tal vez más relevantes en la vida de los hombres a él le pasaron a temprana edad: trabajar, sufrir, enamorarse. La primera vez que vio a Mabel fue en 1944. Ella daba vueltas en una calesita y él miraba de casualidad. La plaza era por entonces el lugar de encuentro más popular del pueblo. Ella se acuerda que ese día él llevaba pantalones cortos, lo cuenta riéndose. Él dice que apenas se conocieron prácticamente no hablaban, no se estilaba entrar en confianza tan rápido como para un hola. Tan mujeriego como enamoradizo, más grande que Mabel pero también más inmaduro, se llevaba la vida por delante porque así tuvo que hacerlo.

La matinée del cine fue crucial. Todos los domingos a las tres de la tarde exhibían muchas series. Desde los doce, él trabajaba de acomodador y apenas menciona ese dato se apura a decir que “como vivíamos tanta pobreza yo me tuve que poner a trabajar en cualquier parte, de chiquito, así que fui a ver al gordo que era el gerente, le pedí si me dejaba repartir los programas y me dijo que sí. El programa se repartía todos los días, casa por casa, se tiraba por abajo de la puerta. Se sustentaba porque en esos folletitos estaban las publicidades de los comercios”. Eso hacía a la mañana y más tarde limpiaba el cine entre función y función, y acomodaba a la gente. El cine, además, fue el lugar que les permitió a Nicolás y Mabel forjar su historia, donde se fueron conociendo, donde podían darse besos recatados alguna que otra vez. Los llaman “robitos”, en alusión a pequeños robos, sutiles arrebatos de intimidad. La sensación de que “antes no existía estar a solas” atraviesa todos los relatos cuando hablan de su pasado de juventud. Se podían ver pero ella siempre tenía que ir acompañada de alguien.

Nicolás, además de convertirse en el novio de Mabel, se fue haciendo peronista, tan peronista como fanático de Independiente. Cuando recuerda su infancia enseguida se apura a decir que Perón les cambió la vida, repite su apellido para decir innnumerables frases hermosas y después empieza a hablar largos minutos sobre política.

Es necesario contextualizar que Nicolás vive en la ciudad de la soja, donde se la siembra casi toda y nunca tuvo miedo de expresar su opinión pero sí mucha vergüenza. Es de esa clase de viejos – viejo, con cariño, con todo lo maravilloso que puede ser un viejo – que desató el nudo en la garganta cuando vio una masa de juventud que lloró a Néstor Kirchner. Es el que llamó a su nieta el 28 de octubre de 2010 al celular, llorisqueando, para preguntarle si era cierto que había tanta gente en Plaza de Mayo, y no dejaba de repetirle el orgullo que tenía de que estuviera en su representación. También es el que le dijo: “Andá a la Plaza y canta por mí, que a mí las piernas no me dan”, la tarde en la que ella iba festejar el resultado de la última elección.

Nicolás opina que “a Perón no le costó nada porque cuando empezó su mandato agarró un Banco Central lleno de oro que habían dejado los conservadores. Cuando abrió la puerta de ese banco se le cayó tanto oro encima que no sabía qué hacer. Entonces hizo un gobierno fácil porque empezó a repartir, a hacer casas, a rentarlas con cuotas mínimas, a construir centros maternos y hospitales. Repartió todo al pueblo y formó un sistema de vida, una sociedad completamente diferente. Me cuesta explicarlo en palabras.”. Por eso siempre dice que para Kirchner fue más difícil, porque la situación del país no lo ayudaba.

Se nota que durante su niñez y adolescencia formó parte de un sector social que se sentía – y estaba – completamente relegado por los políticos. Por esa razón habla con ímpetu, se emociona, y como insiste en que no sabe cómo explicarlo – cómo explicarme - cuenta su dolor más grande: “Mi papá ganaba 0,10 centavos por mes y 1 Kg. de carne. Cuando asumió Perón dijo ‘rompan las tranqueras, corten los alambres, pero vayan a votar`. Desde entonces empezó a haber una libertad y un futuro para los trabajadores que no se puede creer. Nosotros vivíamos en una miseria terrible, realmente muy terrible. Mi casa era una pieza dividida en dos. La mitad hacía de cocina, en la otra mitad dormíamos, había un corredor y teníamos un excusado a treinta metros.”

El cambio fue estrepitoso. A partir del peronismo ellos empezaron a acceder a una forma de vida más digna y con el tiempo pudieron ir comprando electrodomésticos y adquiriendo novedades, dándose gustos. Además, se formó el Partido Justicialista en su pueblo y surgieron los candidatos a intendentes por ese partido, quienes también empezaron a satisfacer las necesidades de la gente como nunca antes había ocurrido. Por otro lado, se empezó a colmar de unidades básicas y la política se llevaba a las calles a la vez que convocaba a los jóvenes.

La rivalidad entre radicales y peronistas, en un ámbito tan chico, fue muy evidente y Nicolás se metió en la política desde el inicio del peronismo. No va a parar hasta sentir que realmente puedo entenderlo. Busca y busca cómo hacerlo y entonces me dice: “Yo les preguntaba a los radicales: ´¿por qué son radicales ustedes?´ Y me respondían: ´Porque mi papá era radical´. En cambio yo les decía que yo me hice peronista porque un día me acosté a dormir viendo un cielo razzo alto, triste, y otro día me desperté con un cielo razzo blanco, limpio, y con un baño que es como decía el correntino ´estas comodidades que dio El General serán muy buenas pero esto de lavarse la cara con el agua para arriba es demasiado incómodo´ y se lavaba la cara con el bidet porque no sabía qué era. Yo siempre lo contaba como cuento cuando discutía con los radicales. Yo me hice peronista porque Perón nos había dado un estilo de vida que era impensado en estos pueblos en los que no había nada, sólo unos barriales terribles". Se queda callado unos segundos y sigue: "Por primera vez alguien nos miraba. No se cómo explicarlo.”

“No sé cómo explicarte que lo entiendo”- le digo y me sonríe aunque no sé si me escucha porque entra Mabel con el mate, lo apoya en la mesa, lo mira a él con picardía y le dice “¿Y Eva? ¿Le hablaste sobre Evita?”, y ya lo veo, tomar aire otra vez.



lunes, 20 de febrero de 2012

Una preguntita

Con Matías nos conocíamos hacía una semana pero estábamos tan de vacaciones y nos gustábamos tanto que nos habíamos visto tres veces. Un día, hablando por teléfono, me dijo que tenía que hacerme una pregunta:



- ¿Vos usás shampoo Biferdil?

- Sí. ¿Por?

- Lo usan en mi casa. Me di cuenta enseguida, era el olor de tu pelo.

- Ah... ¿Pero vos lo usás?

- No. Mi hermana.

- Mirá vos.

- Me di cuenta enseguida.



Claramente, la relación no prosperó.

sábado, 18 de febrero de 2012

Beber para olvidar

No tengo todo el tiempo del mundo, le dijo. El tipo le estaba hablando de lo que pasó con Oscar y ella le soltó eso. Le pregunté si no exageraba y me dijo palabras literales, te lo prometo. Pero para qué me vas a prometer si no lo podés controlar vos y además a mí no me importa, en todo caso jurámelo y en realidad, dejá, no me lo jures tampoco porque vos no creés en nada. Entonces me empezó a decir que a mí me molestaba que él fuera religioso y que me quiero acaparar todo el optimismo. Dijo religioso y no católico porque él mismo se indigna con la Biblia, con la Iglesia, con las historias que él dice que se crearon para dominar a los débiles. Por eso lee Saramago, porque dice que el viejo creía en alguien, que sus libros no son escépticos ni deprimentes pero sí que dan que pensar acerca de las cosas que damos por hechas. Yo no sé porque empecé uno solo y me agotó a las diez páginas, pura coma, nunca un punto. Se define como religioso y me habla de lo que lee y a mí la verdad no me interesa indagar en aquello sabiendo que el episodio con Oscar no se esclareció. Me repite que a mí me molesta su personalidad y que realmente no quiere seguir hablando conmigo. Pero te estás enojando conmigo porque no tenés con quién hacerlo, le digo, me agarra de un brazo y me pide por favor que me calle, que por una vez me ubique y me quede en el molde. Dice en el molde y eso está mal porque nunca jamás lo dice. Cuando usa expresiones raras es porque está nervioso, y grita que Oscar lo cagó, y que la verdad siempre la tienen los clientes y los jefes. Y los jefes, repite. Me pongo loca y quiero ir a hablar yo a la empresa pero me enfrenta, no soy la madre, me dice, dejame a mí. La turra le dijo no tengo todo el tiempo del mundo como para investigar minuciosamente. Voy a hablar con Oscar, le dijo. Ya sabemos cómo va a terminar esto así que por las dudas voy y hago un mate, y voy a tomar hasta que sienta que no se puede hacer otra cosa porque a veces sólo queda tomar mate y esperar a que se solucionen todos los problemas.

domingo, 22 de enero de 2012

Nenesdemamá

Decir lo que sentís es tirarte al vacío. Pero la sinceridad necesita no ser un suicidio inevitable. Ayer alguien* sabio dijo que madurar es ser sincero sin prenderte fuego.

Internet aplica. Todos somos super lanzados. Lanzados de teclado. Nos chamuyamos a las pantallas, a los chats. Podemos mantener relaciones virtuales porque nunca van a ser tan peligrosas. Es cierto. No se las puede comparar a las de cara a cara. Pero chatear todos los días con una persona hasta las tres de la mañana significa algo. Sería lógico que esas charlas infinitas se materializaran en especiales encuentros físicos. Y sin embargo, muchas veces no. No queda bien romper la magia con un ¿Nos vemos?

La vida no virtual, la relación cotidiana no está tampoco desprovista del problema de la sinceridad. Después de un tiempo de salir con alguien o querés avanzar o querés frenar. ¿Cómo decirlo? Hay muchos problemas para expresar que nos queremos. Pero más problemas hay para expresar que ya no nos interesamos. La sinceridad te la debo. En ese caso se usa desaparecer de la faz de la tierra.

Si esos ejemplos no alcanzan hablemos de alguna persona que ves de vez en cuando y te gusta. ¿Y? Nada. No está bien hacérselo saber. Cómo decir sólo una parte. Porque ¿qué parte de me gustás debería decir? ¿Cómo decir me gustás sin decirlo? ¿Qué debería hacer? ¿Qué parte del hacer debe hacerse? Mucha exposición.

Por si fuera poco, hay grandes problemas para decir algo que molesta. Para algunos es terrible. Mejor callar. No da el reclamo. La estás pasando mal y bueno, no importa. Es preferible pasarla mal. Es preferible pasarla mal. ¿Eh?

Y lo último: imposibilidad de actuar de una forma que no lastime cuando sabés que vas a hacer algo que al otro le puede afectar. Idem: mejor callar. No da dar la cara y hacerse cargo. Pero la están pasando mal todos. Y bueno, no importa, es preferible la incomodidad y parecer un garca. Claramente es preferible parecer un garca y forzar las relaciones hasta que exploten. Claramente.

Inmaduros nenesdemamá, todos, hasta que no aprendemos a ser sinceros sin autodestruirnos.

Bebitos somos.

Eso.





*@lacocacarly , Twitter, Buenos Aires, 2012.

lunes, 16 de enero de 2012

¿El cine en tiempos difíciles?



Hace unos días vi Life during time y me puse a pensar en la evidencia de que los textos fílmicos – todo el lenguaje que compone al cine – dialogan permanentemente con textos de otras artes y con los del propio cine, y a su vez obedecen, en mayor o menor medida, a géneros y a estilos. El cine de Todd Solondz es aún más particular si se lo analiza desde esa idea porque se caracteriza, entre otras cosas, por dialogar mucho entre las propias historias que él mismo realiza.

Life during wartime, se propone decir, por supuesto, lo que su título anticipa: la vida está difícil. Recurren nuevamente las obsesiones del director, perversiones de los personajes y bizarrez, escenas que no se sabe si reir o llorar. La película, además, hace mención a la posibilidad de perdonar y olvidar: cuándo se puede, cuándo no. Tal vez ese debate sea el más rico de la historia.

La pregunta es: ¿por qué después de verla me puse a pensar en eso si yo sólo quería ver una película? Creo que fue porque el cine también está en tiempos difíciles, y eso me pareció más llamativo que lo complicada que puede estar la vida y los infinitos eternos rebuscados conflictos internos de cada ser y sus consecuencias en las relaciones. Claro. Me surgió la duda sobre si el recurso de la repetición le funciona al espectador que sigue a Solondz o lo aburre. En medio de la búsqueda para encontrar lo novedoso, la ruptura de esquemas, ver algo “distinto” o - en realidad -parecido al cine del director que nos gusta, que se va de la media, pero que por eso es "diferente" al cine más promedio no creo que sea muy reconfortante encontrarse con tantos elementos de sus películas anteriores. Son demasiados.

La semiótica se haría un festín con el cine de Solondz, y podría enumerar infinitos momentos en que se retoman argumentos, diálogos, personajes de otras de sus películas y se resignifican. Quizás los mismos semiólogos se pondrían a discutir si eso es resignificar o simplemente copiar modelos. Toda obra en definitiva es comparable a una coreografía, que varía, pero en donde siempre hay reestructuración de secuencias preexistentes. Lo que temo es que Solondz se haya convertido en un compositor al que se le nota mucho esa coreografía, generada con elementos que ya generó, con obsesiones que ya arrastró y personajes que ya asomaron, de manera visible, obvia, seguramente intencional.

En medio de esa pregunta principal sobre si funciona o no, si gusta o cansa, si lo desvaloriza como director o nada más lo caracteriza, podría discutirse qué se entiende por cine de autor y decir a grandes rasgos que es el que no se apega a los géneros sino que crea su propio estilo y qué entendemos por estilo y decir a grandes rasgos que es la marca del director que no se apega a ningún género o convención. Sin embargo, no llegaríamos necesariamente a ninguna conclusión. Me da la sensación de que no funciona cuando directores que ya realizaron grandes películas se repiten constantemente, replican una y otra vez prácticamente la misma historia, cuentan otra vez lo mismo. Con Happiness ya estaba muy bien.

Además de la autocrítica que puedo hacerme como espectadora de un mundo difícil - siempre buscando la novedad, insaciable, algo que sorprenda, que no haya lugar a la desconcentración, tal vez expectativas imposibles de abarcar - pienso que es el desafío del cineasta, en este mundo difícil, o en cualquier otra forma de mundo, encontrar una renovación dentro de su propio estilo porque sino queda condenado a la repetición, a una letanía que vuelve al cine un poco más predecible y encuentra a personas como yo rogando para que la próxima película esté buena.

jueves, 12 de enero de 2012

Odontólogos, al acecho.




Amantes de la sonrisa perfecta, a diferencia de otras especies, los odontólogos suelen mostrar sus dientes como signo de amistad para desorientar a sus víctimas.

La especie odontológica asoma por lo general durante el día y la tarde. Habitan mayoritariamente en las ciudades, en edificios que a menudo comparten con ejemplares de su misma especie. Para atraer más víctimas, tienden a instalarse en los centros de la selva urbana, al alcance de muchos otros tipos de individuos, facilitando de esta forma, la trampa. Por lo general se advierte se cercanía al percibir su olor particular, que los distingue de otras especies.

Son engañosos y muy inteligentes. Para mostrarse inofensivos, embellecen el lugar que habitan y luego invitan a sus víctimas a pasar. Sin embargo, una vez atraídas, las atacan sin ningún remordimiento. Su peligrosidad radica en las características de sus garras: de filo, con forma de garfio, ruidosas, destructoras, las que secan la boca, las de forma de aguja. Las hay de todo tipo.

Con tal de cazar una caries, los odontólogos son capaces de cualquier brutalidad. Por eso cuando usted sienta un pinchazo en su encía y al cabo de minutos uno de éstos individuos le esté hurgando en la boca y lo mire bien de cerca mientras lo apunta con una luz de gran potencia, no corra, no desespere, no se resista. Limítese a abrir grande la boca y aguarde hasta que el ataque de la fiera finalice. Investigaciones han comprobado que si sus víctimas se mantienen quietas y obedecen, la especie no ofrece un comportamiento peligroso. Es por eso que si usted está bajo las garras del torno o de las enormes pinzas que arrancan muelas de juicio, no se mueva porque esto puede agravar el daño si cualquiera de las dos va a parar a su lengua. Reprima sus instintos de supervivencia porque esta especie no soporta que se entrometan en su cacería.

En los ataques más feroces, sus víctimas pueden perder la sensibilidad de sus encías, nariz, parte de la cara. Téngale miedo al dentista, pero usted no morirá. Como no son animales solitarios, se sospecha que los odontólogos adoptan esta estrategia para asustar a quienes los visitan poco, sólo cuando las caries le han tomado toda la boca. Se dice que así logran que las especies a las que dominan no vuelvan a dejarlos solos por mucho tiempo y migren a su hábitat con frecuencia. Su costumbre conocida como “control periódico” también es utilizada con ese fin. Ahora bien, si usted no obedece a esta especie naturalmente dominante y no se entrega a ella cada un tiempo determinado, siéntase seguro de que cuando vuelva a ser presa de un dentista, hallará las peores reacciones de esta especie y conocerá lo que se ha dado en llamar la derivación a subespecies más feroces. En ese caso, ortodoncistas, endodoncistas, periodoncistas, cirujanos y colocadores de prótesis - todos estos,los más peligrosos ejemplares - lo estarán esperando para el acecho.

viernes, 6 de enero de 2012

No tan de repente

Los jueves teníamos computación. Con Gina nos habíamos elegido para compartir la computadora. No sé si era mi persona preferida de la sala pero nos entendíamos jugando. Gina tenía dos cosas que seducían enseguida: un perro que era puro pelo con un chuflo en la cabeza, y una cucheta alta desde la que se extendía un tobogán celeste. A esa edad, las mejores casas son las que pueden convertirse rápidamente en mundos paralelos, y además, las casas se parecen a las personas.

Me acuerdo que un día de computación como cualquier otro, Gina no vino a sentarse al lado mío. Se quedó hablando en secretito con Miriam. Les pregunté qué conversaban, disfrazando un justo acto de pedirle que no me dejara así, sola. Además, la clase no podía empezar sin ella porque era re buena con las flechas del teclado con el que jugábamos a la viborita. Miriam dijo que no hablaban de nada, que era una pavada. Pero después le susurró a Gina que no me contara. Las escuché cuando me alejaba. O tal vez me lo inventé, como cuando no se sabe qué pasa pero algo es y todos lo disimulan mal.

Esa tarde Gina no tuvo paz. Me dediqué a preguntarle por el secreto, por el secreto y por el secreto. Tal vez hasta le haya insinuado algún tipo de amenaza porque me acuerdo que ella me miraba seria y no como siempre, no era tímida, tierna, inofensiva sino dura y preocupada. Pero yo perseveré y conseguí que al salir de la clase, al fin lejos de la maestra, Gina me lo dijera:

- Los Reyes Magos no existen. Son nuestros papás.

No mentía. Gina no mentía nunca y además era muy inteligente. Por eso no tuve más remedio que creerle en el instante en que lo dijo, por más de que tuviéramos cinco años y los Reyes fueran mis preferidos. Papá Noel me caía medio mal y me parecía poco práctico con su trineo. En el ratón Pérez todavía no tenía tiempo de pensar porque apenas se me movían los dientes. En cambio, los Reyes y sus camellos tenían mucho sentido porque andaban por tierra, comían el pasto, tomaban el agua que les dejábamos, venían en grupo.

Miriam nos vio, me apartó, y me dijo que no era así, que Gina me estaba haciendo un chiste. Yo la quería mucho a Miriam y valoraba su actitud pero Gina nunca hacía chistes y ella también lo sabía.

Esa tarde mamá me fue a buscar como todos los días y cuando llegamos a mi casa se lo pregunté, si era verdad que los Reyes Magos eran los papás. Se sorprendió y me dijo que no era verdad, que quién me había dicho esa mentira, que Gina se había confundido y que la maestra tenía razón. Pero yo insistí y entonces me dijo que si tenía dudas llamara a la abuela y le preguntara. Me marcó el teléfono, me atendió la abuela, le pregunté si los Reyes existían. La abuela me pidió que le pasara con mamá. El mundo se desencantaba por primera vez.

Lo terrible es que cuando descubrís que uno no existe, en este caso los Reyes, deducís que no existen tampoco los demás. Siguiendo esa lógica fatalista, las ilusiones se rompen de golpe, así porque sí, se deja de creer de repente. Pero por alguna razón, al poco tiempo se me cayó el primer diente y lo acomodé abajo de la almohada y la Navidad siguiente a aquella charla con Gina, me pareció ver a Papá Noel volando cerca de una estrella.