miércoles, 28 de marzo de 2012

Con la tapa de una olla


Laura dice que se rompe una vez y ya está, que no se arregla nunca más, así, del todo.

Dice que alguna vez todos tuvimos uno nuevo pero lo chocamos contra otro a toda velocidad porque esa primera vez no había mucho a lo que tenerle miedo. No sabíamos del dolor. Fuimos y nos la dimos con todo.

Me explica que todos tenemos el corazón un poco roto, que todos andamos en un fitito destartalado. Que a veces se te rompe hasta el volante y manejás con la tapa de una olla. Andás sin frenos, te chocan otra vez, chocás vos. Que no podés, aunque quieras, andar en auto nuevo. Eso ya pasó. Ahora tenés ese fitito y además, la dificil tarea de amarlo, porque hay que ir por ahí, manejando así, a la vista de todos.

Fijate bien, fijate bien, me dice con los ojos grandes, todos andamos manejando con tapa de olla. Hay gente que adorna lo estropeado, construye sobre lo que tiene, pero todos tenemos roturas irreparables. Y en vez de llamarlo corazón me dice que si mi fitito es más lindo es porque le puse más de mí, no porque sea mejor.

Si no lo arreglás un poco y vas con miedo y despacio, no podés impactar a nadie. No podés volver a chocar. Te quedás ahí parado, espiando el abismo del desarmadero. Sé es muy joven y muy inteligente para eso, me dice Lau.

- Puede ser - le digo- pero si pasa uno en auto estropeado y a la vez descapotable, ese sí está arreglado. Ese pudo. Se curó.

-No sé - me dice Laura - no sé, capaz quiere decir que en el último choque se le voló hasta el techo.






jueves, 15 de marzo de 2012

Finito, armadito, pintado

Todo tan estudiado tan correcto tan coherente, controlado, calculado, medido y pensado, especulado, supuesto, superpuesto y paniqueado.

No haber podido relajar ni sentir ni decir ni no decir ni callar ni gritar ni gemir ni adorar. Sólo haber actuado por obligación, por culpa, por necesidad, por aburrimiento, porque no hay nada mejor, por las dudas, por deber, por favor.

Todo todito, finito, armadito, pintado, para llegar al fin del día a despejar esa molestia en el pecho, ese mal trago absurdo bloqueo dilema, al preguntarte qué te habrá distraído como para no haberlo hecho por ganas porque te cabe porque te gustó, te gusta, te gustaría y porque sí.



lunes, 5 de marzo de 2012

Cómo explicarlo


Nicolás nació en 1932, en medio de la Gran Depresión, en un pueblo de la Provincia de Buenos Aires. Su infancia no fue fácil. Alrededor de los diez años empezó a trabajar para ayudar a su familia, que vivía en la pobreza más grande que él recuerda: “Mi papá pasaba una miseria terrible. Durante muchos años cuidaba los caballos en la cama para que comieran pasto. Mi mamá cosía hasta las 5 de la mañana para los negocios que vendían trajes, y lo hacía de aficionada porque nunca había aprendido. Vivíamos de lo que hacía ella porque mi papá no tenía un peso. Se agarró una seca de unos 4 ó 5 años”. Doña Emma se había casado con un hombre que murió en un accidente. Enviudó y heredó un campo que quedó a cargo de don Nicola, su segundo marido. Don Nicola, padre de Nicolás, no pudo sacarlo a flote.

Los acontecimientos tal vez más relevantes en la vida de los hombres a él le pasaron a temprana edad: trabajar, sufrir, enamorarse. La primera vez que vio a Mabel fue en 1944. Ella daba vueltas en una calesita y él miraba de casualidad. La plaza era por entonces el lugar de encuentro más popular del pueblo. Ella se acuerda que ese día él llevaba pantalones cortos, lo cuenta riéndose. Él dice que apenas se conocieron prácticamente no hablaban, no se estilaba entrar en confianza tan rápido como para un hola. Tan mujeriego como enamoradizo, más grande que Mabel pero también más inmaduro, se llevaba la vida por delante porque así tuvo que hacerlo.

La matinée del cine fue crucial. Todos los domingos a las tres de la tarde exhibían muchas series. Desde los doce, él trabajaba de acomodador y apenas menciona ese dato se apura a decir que “como vivíamos tanta pobreza yo me tuve que poner a trabajar en cualquier parte, de chiquito, así que fui a ver al gordo que era el gerente, le pedí si me dejaba repartir los programas y me dijo que sí. El programa se repartía todos los días, casa por casa, se tiraba por abajo de la puerta. Se sustentaba porque en esos folletitos estaban las publicidades de los comercios”. Eso hacía a la mañana y más tarde limpiaba el cine entre función y función, y acomodaba a la gente. El cine, además, fue el lugar que les permitió a Nicolás y Mabel forjar su historia, donde se fueron conociendo, donde podían darse besos recatados alguna que otra vez. Los llaman “robitos”, en alusión a pequeños robos, sutiles arrebatos de intimidad. La sensación de que “antes no existía estar a solas” atraviesa todos los relatos cuando hablan de su pasado de juventud. Se podían ver pero ella siempre tenía que ir acompañada de alguien.

Nicolás, además de convertirse en el novio de Mabel, se fue haciendo peronista, tan peronista como fanático de Independiente. Cuando recuerda su infancia enseguida se apura a decir que Perón les cambió la vida, repite su apellido para decir innnumerables frases hermosas y después empieza a hablar largos minutos sobre política.

Es necesario contextualizar que Nicolás vive en la ciudad de la soja, donde se la siembra casi toda y nunca tuvo miedo de expresar su opinión pero sí mucha vergüenza. Es de esa clase de viejos – viejo, con cariño, con todo lo maravilloso que puede ser un viejo – que desató el nudo en la garganta cuando vio una masa de juventud que lloró a Néstor Kirchner. Es el que llamó a su nieta el 28 de octubre de 2010 al celular, llorisqueando, para preguntarle si era cierto que había tanta gente en Plaza de Mayo, y no dejaba de repetirle el orgullo que tenía de que estuviera en su representación. También es el que le dijo: “Andá a la Plaza y canta por mí, que a mí las piernas no me dan”, la tarde en la que ella iba festejar el resultado de la última elección.

Nicolás opina que “a Perón no le costó nada porque cuando empezó su mandato agarró un Banco Central lleno de oro que habían dejado los conservadores. Cuando abrió la puerta de ese banco se le cayó tanto oro encima que no sabía qué hacer. Entonces hizo un gobierno fácil porque empezó a repartir, a hacer casas, a rentarlas con cuotas mínimas, a construir centros maternos y hospitales. Repartió todo al pueblo y formó un sistema de vida, una sociedad completamente diferente. Me cuesta explicarlo en palabras.”. Por eso siempre dice que para Kirchner fue más difícil, porque la situación del país no lo ayudaba.

Se nota que durante su niñez y adolescencia formó parte de un sector social que se sentía – y estaba – completamente relegado por los políticos. Por esa razón habla con ímpetu, se emociona, y como insiste en que no sabe cómo explicarlo – cómo explicarme - cuenta su dolor más grande: “Mi papá ganaba 0,10 centavos por mes y 1 Kg. de carne. Cuando asumió Perón dijo ‘rompan las tranqueras, corten los alambres, pero vayan a votar`. Desde entonces empezó a haber una libertad y un futuro para los trabajadores que no se puede creer. Nosotros vivíamos en una miseria terrible, realmente muy terrible. Mi casa era una pieza dividida en dos. La mitad hacía de cocina, en la otra mitad dormíamos, había un corredor y teníamos un excusado a treinta metros.”

El cambio fue estrepitoso. A partir del peronismo ellos empezaron a acceder a una forma de vida más digna y con el tiempo pudieron ir comprando electrodomésticos y adquiriendo novedades, dándose gustos. Además, se formó el Partido Justicialista en su pueblo y surgieron los candidatos a intendentes por ese partido, quienes también empezaron a satisfacer las necesidades de la gente como nunca antes había ocurrido. Por otro lado, se empezó a colmar de unidades básicas y la política se llevaba a las calles a la vez que convocaba a los jóvenes.

La rivalidad entre radicales y peronistas, en un ámbito tan chico, fue muy evidente y Nicolás se metió en la política desde el inicio del peronismo. No va a parar hasta sentir que realmente puedo entenderlo. Busca y busca cómo hacerlo y entonces me dice: “Yo les preguntaba a los radicales: ´¿por qué son radicales ustedes?´ Y me respondían: ´Porque mi papá era radical´. En cambio yo les decía que yo me hice peronista porque un día me acosté a dormir viendo un cielo razzo alto, triste, y otro día me desperté con un cielo razzo blanco, limpio, y con un baño que es como decía el correntino ´estas comodidades que dio El General serán muy buenas pero esto de lavarse la cara con el agua para arriba es demasiado incómodo´ y se lavaba la cara con el bidet porque no sabía qué era. Yo siempre lo contaba como cuento cuando discutía con los radicales. Yo me hice peronista porque Perón nos había dado un estilo de vida que era impensado en estos pueblos en los que no había nada, sólo unos barriales terribles". Se queda callado unos segundos y sigue: "Por primera vez alguien nos miraba. No se cómo explicarlo.”

“No sé cómo explicarte que lo entiendo”- le digo y me sonríe aunque no sé si me escucha porque entra Mabel con el mate, lo apoya en la mesa, lo mira a él con picardía y le dice “¿Y Eva? ¿Le hablaste sobre Evita?”, y ya lo veo, tomar aire otra vez.