domingo, 13 de mayo de 2012

No saber (pero contestar)

De haber tomado el 65 me hubiera bajado en La Plata y Rosario, caminaba una cuadra y Noelia me abría la puerta y desde adentro salía olor a milanesa. Pero tomé el 44 y después el 5 y nunca supe dónde estaba, por eso fui chateando por celular todo el viaje para que ella me dijera donde bajarme. Mientras tanto,  Marti me mandaba mensajes de texto por cosas pendientes para un trabajo de la facultad, una profesora avisaba vía mail que esa semana no había clases y Juan me preguntaba por whatsapp si nos veíamos a la noche. No sabía si lo quería ver. 

El viaje se pasó muy rápido. Cuando aparentemente había llegado el momento de bajarme, me acerqué a la puerta para tocar el timbre. ¿Esta es Rosario? le pregunté a la señora que tenía al lado y como me dijo que sí, guardé el celular en el bolsillo de la campera y miré la altura de la calle. El colectivo arrancó furioso y en segundos dio un golpe seco, fuerte, contra algo que evidentemente estaba parado.  

Fue todo junto. El golpe, el susto, todos yéndonos para adelante, la señora a la que le había preguntado por la calle cayendo de espaldas contra el piso, su cabeza contra la puerta de salida, mi reflejo de agarrarla de un brazo, otra señora agarrándola de la campera, alguien preguntando ¿Está bien, señora?, una mujer con cara de orto que miraba el reloj, caras de desconcierto, mi celular sonando. Y por fin el tránsito se paró.

No sabíamos qué había pasado. Estábamos bien pero aplastados unos contra otros. Nadie hacía nada. Fui adelante a ver si habíamos - nosotros - atropellado a alguien o quizás a salir rápido de ahí porque ya me faltaba el aire. El chofer había bajado a hablar con la mujer que estaba parada al lado del auto contra el que nos dimos - digo nos dimos - y ya subía, otra vez, al colectivo. 

- Señor... - le dije. Apenas lo vi de cerca supe que estaba llorando.  

- No sé qué me pasó. Fue el acelerador. Se me fue la máquina, y bueno, y chocamos - 

- Está bien - lo calmé - lo que quiero decirle es que atrás hay una señora que está golpeada y no es grave pero usted debería....

Se paró rápido. Caminó por el pasillo lleno de gente, dijo: - ¿Dónde está la mujer que se golpeó?

Bajé por la puerta de adelante. Ya podía irme pero no debía. Mientras llamaba a Noelia para decirle que había chocado, miraba bajar a los pasajeros, veía todavía lagrimear al colectivero, que también sudaba y se le caían los mocos. La última en bajar fue la señora que estaba golpeada. Era chiquita, liviana, humilde. Humilde como esas personas que no quieren molestar porque siempre piensan que molestan. La agarré del brazo, otra vez, le dije: Señora ¿está bien? ¿La van a llevar al médico? Me respondió que no sabía si estaba bien, que le dolía la cabeza pero¿te parece necesario que vaya? me preguntó. Mientras tanto, Noelia seguía al celular y me insistía en si estaba todo bien. Sí, estoy bien, respondí, sí, señora, me parece necesario, vaya así se queda tranquila, la vi caer, el golpe fue fuerte, vaya. Perdón Noe, ya te hablo, estoy hablando con una señora. ¿Usted está bien? ¿Quiere que la acompañe a algún lado? Me dijo: No, está bien, estoy bien. Le dije: Bueno, cuídese. Hola Noe, estoy al 200. Voy para allá. Sí, estoy bien. Esperame que me llegó un mensaje. Andá bajando, ya llego.

- Hola. Qué quilombo. ¿Qué pasó? - me dijo Noelia cuando me vio. Se asomó a mirar la calle.

- No sé- le respondí - Choqué. 


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