jueves, 24 de febrero de 2011

Ustedes sabrán

Primero es el golpe, que a veces es imaginado aunque sea por algunos segundos antes, y otras no. Después viene la observación de la herida, algo así como un chequear la gravedad, pero en ese momento impera el dolor, que es un magnificador de la realidad. Se vuelve difícil autodiagnosticar la magnitud del corte. El dolor agrava los asuntos, asusta. Lo único posible en ese momento pareciera ser la prolongación del sufrimiento hasta nuevo aviso, el summum de las heridas, la acumulación de los ardores por venir.

Las heridas tienen esa característica de recordarnos que hay cosas que duelen, y que atrás del envase hay muchas capas y delicadezas que pueden ser vulneradas. Y a pesar de que la lastimadura ocupe sólo una parte de nosotros, es difícil olvidar que está ahí porque efectivamente está en ese pequeño lugar, doliendo. Hagas lo que hagas la sentís arder, tirar, punzar o rozar con las otras cosas del mundo.

Cuando pasa el primer impacto es pesado pensar que llevará un tiempo cicatrizar la herida. Da fiaca. Sería útil que desaparezca rápido, pero por lo menos se sabe que un día se seca y vuelve a la normalidad, modificada. Existen varias formas de curar la herida, pero hay que saber algo antes de actuar: se puede vendar rápidamente la zona, tapar la lastimadura y pensar que así va a pasar, pero no funciona. Aunque quede mal andar exhibiéndola por ahí, no queda otra. Se tiene que airear.

A la herida hay que dedicarle tiempo. Lo primero es limpiarla bien, despejarla de toda la mugre, con paciencia y con cuidado porque duele mucho. Hay que sentarse a curarla. Y así durante varios días. De a poco, el dolor va cediendo. Los tejidos se regeneran. No se va pero ya no duele. Después pica, molesta, se cae, se transforma y comienza a formarse la cicatriz, que incluso si la cuidás, después de un tiempo muy largo, también desaparece. De esta manera, la herida pasa a convertirse en una experiencia más, y el dolor provocado en aquel primer momento sólo puede recordarse al aparecer una nueva herida.

A veces alguien descubre tu cicatriz. Te das cuenta porque la mira o te lo dice. A mí las cicatrices de los otros no me dan miedo. Las mías tampoco. Al final son atractivas porque quiere decir que el que las tiene la vivió. Significa que esa profundidad que en un momento había que curar tanto, funciona ahora muy bien, está a salvo. Lo máximo que puede quedar es el dibujito superficial de lo que alguna vez habrá sido pasarla como el culo.

Cuando yo conozco un hombre, no me molesta descubrir sus cicatrices. Yo prefiero los hombres que las tienen, pero no las de la piel. Ustedes sabrán que yo nunca hablé de esas.

lunes, 14 de febrero de 2011

La otra cara de las princesas



Y un 14 de febrero las chicas se juntaron y dijeron: pongamos una cara para el día de San Valentín y saquémonos una foto.

Los medios de información monopólicos nunca publicaron este documento.

jueves, 10 de febrero de 2011

Esos bárbaros que conducen bondis (?)

El mp4 es ese medio de entretenimiento que me hace los viajes por la ciudad más amenos. Por lo general siempre funciona, es la ayuda infaltable para mantenerme más contenta. Pero a veces, algo del afuera rompe necesariamente el efecto.

El otro día cuando estaba esperando el colectivo, me empezó a hablar un señor, setentón, que modulaba palabras que no entendía, entonces pasó lo que no tiene que pasar y le concedí la liberación de un oído. Dijo algo respecto de mi bostezo. Le sonreí, porque esa es la única forma de sacarte de encima un hinchapelotas: sonriendo. Por suerte el 59 vino rápido.

El chofer no paró el colectivo como debía: no lo arrimó ni al cordón de la vereda ni a la parada, por lo que tuvimos que caminar hasta él. Mientras ponía mi uno veinticinco en la máquina, atrás mío, el hombre que me había hablado, le gritaba de todo al chofer: que no podía ser, que era un haragán, que el pueblo le pagaba el sueldo a él para que hiciera bien las cosas y no se cuántas cosas más porque el auricular ya estaba otra vez en mi oído.

El viaje fue largo. En Av. de Mayo, el señor se paró a tocar el timbre. Bajó como se subió: lejos de la parada y del cordón de la vereda. Los gritos desde afuera de este señor empezaron a ganarle a la música que yo iba escuchando y entonces me desconecté para oír. Primero un auricular.

Viejo: "¡Siervo!" "¡Sieeeeeeeervo!"

Y ante tal palabra, los dos auriculares. El chofer no reaccionaba.

Viejo: Yo soy hijo de europeos. Vos sos sierrrvo. Naciste siervo y vas a morir siervo, ¡mirá el trabajo que tenés!

Chofer: ¡A la una termino de trabajar y si querés te enseño educación!¡Negro! ¡Viejo!

Viejo: ¡Qué me vas a enseñar vos a mí, mestizo! ¡Sos un mestizo!

Y en ese momento en el que el colectivo permanecía parado porque estaba subiendo gente y el señor viejo negro europeo gritaba desde afuera, una mujer vestida de trajecita rosa, rubia, que parecía muy correcta, se paró y pasó por encima de su compañera de asiento, se asomó por la ventanilla y gritó sacada, desaforada y con tono de discurso de Eva Perón (lo juro): "¡Los mestizos también somos personas!"

Viejo: ¡Mestizos, está lleno de mestizos!

Mujer sacada: ¡Pero tomatelás, volvete a Europa!

El colectivero arrancó mientras el hombre seguía gritando y la mujer empezó a hablarle sobre lo que era un mestizo, un siervo, y qué orígenes tenía ella, todo para decirle que no le diera bola a "esa gente".

Llegó mi turno, me bajé, y me volví a poner los auriculares pero no podía parar de pensar en el tiempo. Más allá de la conjunción de odios absurdos y discriminaciones que provenían de todos lados en ese colectivo, era como si el "viejo europeo" se hubiera quedado en otra época. O mejor dicho, como si hubiera sacado a la vista algo que viene de aquellos tiempos. Podíamos estar arriba de unas mulas, en carreta o en el 59. La escena era la misma. Caminé oscilando entre la risa y el espanto, por este señor feudal que odiaba a un chofer mestizo de colectivo que circula en el año 2011, que a la vez lo odiaba a él por viejo y por negro, por europeo y maleducado, y quien era apoyado por otra mestiza que hablaba como Eva Perón.






PD: SIERVO EL QUE LEE.