Abrí los ojos, entraba la luz por la ventana, vi la sábana revuelta, solitaria, y me di cuenta de que tenía que ir a trabajar.
Apagué el despertador. Hasta hacía dos segundos había estado con vos. Hablábamos mucho, estábamos bien. Te contaba de todo este tiempo y nos entendíamos. Nos abrazamos.
Cerré los ojos otra vez, intenté fijar ese recuerdo y pedí para adentro extirparme las ficciones porque mi día empezaba y no cerca tuyo.
El despertador volvió a sonar y sentí ese desgarro que te hace decir en voz alta "la puta que me parió", aunque nadie vaya a escucharte.
Me levanté y fui al baño. En el espejo, mi cara estaba marcada. Era tarde y tenía que apurarme. Hacer pis, lavarme los dientes, cambiarme, abrir las ventanas, estirar la cama, y ya sin tiempo de desayunar, correr. A trabajar. A mirarle la cara a mis compañeros de trabajo. Como si nada.
Me subí al taxi. El pasado y el presente eran la misma cosa. Quiero decir que me acordé. Esas escenas. Abríamos los ojos, entraba luz por la ventana, nos decíamos que no podía ser que ya fuera la hora, nos abrazábamos para darnos ánimo y en lugar de pararnos nos quedábamos dormidos un poco más. Despertábamos y nos contábamos lo que habíamos soñado, el sueño más delirante tenía el premio de los besos. Cantabas una canción ridícula cada mañana. No había día en que amaneciéramos de malhumor. Después ibas al baño, dejabas la tapa levantada, yo ponía el agua para el café y atrás iba al baño y entonces vos tomabas la iniciativa en la cocina y cuando yo había salido tenía el almuerzo en el tupper, el café sobre la mesa, la tostada esperando, a vos mirándome con la cara marcada.
Cortado en juliana
miércoles, 4 de febrero de 2015
viernes, 25 de julio de 2014
El sobre
Todo el tiempo cree que
tiene la culpa. Que si le dieron y le quitaron fue culpa suya. Que si lo invitaron a una fiesta y no estaba en la lista, fue su culpa. Todo eso de haber rozado algunos encuentros por unos
segundos y enseguida haber quedado despojado, de haber sido abrazado y ahora
estar des-abrazado, cree, es quizás también responsabilidad suya. Porque es haber creído que ser el destinatario de una entrega
iba a ser consecuente con el acto y en el
paquete que trajo el correo en realidad no había nada. Estaba vacío. Le habían mandado un sobre, sí, pero vacío. Decía su nombre y nada más.
lunes, 24 de febrero de 2014
Sueños
Anoche soñé con vos. Estábamos en tu casa. Yo había ido a visitarte. Estábamos charlando los dos en la puerta de la calle. Nos dimos un beso. No me acuerdo si vos te acercaste a mí o yo a vos. Qué boludo no acordarme de eso. Después nos fuimos de tu casa. Empezamos a caminar de la mano. Andábamos por las calles de Buenos Aires. Por la vereda en realidad, así muy juntos. Y de repente aparecimos en una cancha de futbol. Vos te quedaste atrás de uno de los arcos y yo me puse a jugar. Jugaba de delantero con Hernán Crespo. Y vos, vos estabas ahí atrás hablando con Foucault. La cancha de futbol se transformó en cancha de basquet. Yo intentaba triples, no metía ni uno. Estaba jugando horrible, como cuando querés correr y algo te lo impide. Algo no me dejaba tener fuerza para tirar. Pero la estaba pasando bien. Entonces te voy a buscar atrás del arco y la cancha se transforma en una casa antigua color verde oscuro, un color furioso, raro, y no te encontré. No te encontré. Te habías escapado con Foucault.
lunes, 27 de mayo de 2013
La primera entrevista
La primera entrevista que hice fue prácticamente por obligación, después de que lo exigiera un profesor de la facultad para incluir en un reportaje. El objetivo era buscar un profesional ligado a las ciencias sociales que diera su punto de vista respecto de la crisis de 2001. Busqué en Google a un politólogo que pensé que podía aportar lo suyo, lo contacté por Facebook y me agregó a MSN. Pactamos un día y una hora y nos encontramos en ese chat. Me habló.
Politólogo dice:
Hola
Entrevistadora dice:
Hola, gracias por acceder a contestar las preguntas.
Politólogo dice:
No, de nada. Lo que son las nuevas tecnologías.
Entrevistadora dice:
Sí, realmente.
Politólogo dice:
Pregunte
Entrevistadora dice:
Bueno, ¿Cuáles considera que fueron los antecedentes principales
que fueron desencadenando la crisis que estalló en 2001?
Politólogo dice:
El primero, económico. Era insostenible
el esquema de convertibilidad. El segundo, político.
De la Rúa no podía gobernar sin
apoyo de los gobernadores. El tercero, el
mismo De la Rúa.
Era incapaz de articular política.
Politólogo dice:
Politólogo dice:
Te amo
Polítólogo dice:
Polítólogo dice:
Perdón
Politólogo dice:
Politólogo dice:
Eso no fue para
usted
Ay, las primeras veces.-
Ay, las primeras veces.-
lunes, 4 de marzo de 2013
Fumárselo
Me preparo para la ocasión. Una tarde de un febrero que jamás podía darme igual - por algo vuelvo a prender un Philip Morris después de 6 años y medio - me siento en el balcón, con las alegría del hogar enfrente y el sol todavía pegando en las baldosas. Le doy una seca. Siento un alivio avergonzante. Estoy ahí, débil, amando ese momento en que nadie me mira ni me juzga, en que largo el humo y me acuerdo de cuando fumaba y era más joven. Todo lo que pasó en todos estos años y nunca lo hice: ni ante la mayor ansiedad, ni la angustia, ni las ganas, ni la intriga, ni sentir el humo cerca. Jamás volví.
Fumo después de seis años y en ese mismo instante defraudo a mis amigos fumadores que me tenían como ejemplo. Cada uno de ellos me dirá más tarde que "para qué". A mí misma no me defraudo. Lo necesito. Por algún lado saltan las cosas. "Si pero ¿te vas a hacer mierda con el pucho?", me dice uno. No le contesto sobre las mil formas que puede tener cada uno de hacerse mal. Tal vez fumar un rato por no saber dónde meter la ansiedad sea menos nocivo que otras ansiedades. O capaz no y me esté equivocando y termine volviendo a fumar y tenga que volver a dejar de fumar otra vez. ¿Al final no hago lo mismo que todos?Hacer, deshacer, volver a hacer, seguir haciendo, dejar, deshacer, volver.
Pienso qué gran cliché. La minita esta que soy agarró las llaves y fue hasta el kiosco y se compró un atado de diez porque no la calmaba nada. Fue al balcón y se fumó el cigarrillo. Se fumó el dolor. Porque se puede rozar lo feo, se puede llenar el propio aire de mierda inútil pero también se puede parar de hacerlo, cuando sea, donde sea y como sea, porque una vez más anda dando vueltas muy de cerca la certeza de que todo y todos somos prescindibles.
Fumo después de seis años y en ese mismo instante defraudo a mis amigos fumadores que me tenían como ejemplo. Cada uno de ellos me dirá más tarde que "para qué". A mí misma no me defraudo. Lo necesito. Por algún lado saltan las cosas. "Si pero ¿te vas a hacer mierda con el pucho?", me dice uno. No le contesto sobre las mil formas que puede tener cada uno de hacerse mal. Tal vez fumar un rato por no saber dónde meter la ansiedad sea menos nocivo que otras ansiedades. O capaz no y me esté equivocando y termine volviendo a fumar y tenga que volver a dejar de fumar otra vez. ¿Al final no hago lo mismo que todos?Hacer, deshacer, volver a hacer, seguir haciendo, dejar, deshacer, volver.
Pienso qué gran cliché. La minita esta que soy agarró las llaves y fue hasta el kiosco y se compró un atado de diez porque no la calmaba nada. Fue al balcón y se fumó el cigarrillo. Se fumó el dolor. Porque se puede rozar lo feo, se puede llenar el propio aire de mierda inútil pero también se puede parar de hacerlo, cuando sea, donde sea y como sea, porque una vez más anda dando vueltas muy de cerca la certeza de que todo y todos somos prescindibles.
sábado, 16 de febrero de 2013
Volver (próximamente)
A confiar, a hacer una lista de películas para ver, a verlas, a cantar lo que se me cante, a usar las ropas preferidas, a combinar los días con cosas que no pegan, a inflar la bici y salir a andar, a subir el volumen, a buscar, a cocinar recetas propias, a considerar que quizás sea posible aún más amor, a buscar precios para tomar otra vez un avión, a recordar que lo malo y lo bueno conviven y aceptar la tristeza sin detenerse, a escribir.
Volver
a publicar,
a compartir.
lunes, 27 de agosto de 2012
"Dar testimonio no es estar en la sala de tortura pero es un hecho tortuoso" - Entrevista a Miguel D´Agostino
“En 54 años de vida, 91 días no
son nada” dice Miguel D´Agostino, quien estuvo secuestrado esa cantidad de
tiempo durante 1977, en plena dictadura militar. Sin embargo, ese porcentaje ínfimo
comparado con la totalidad de su vida es el que lo llevó, desde el momento de su
liberación hasta el presente, a testimoniar una y otra vez en distintos
juicios. Si bien los casos juzgados en ABO y ABO bis condenaron a algunos de
sus represores, él es crítico de la Justicia y cree que la democracia tiene una
deuda con su militancia y la de las miles de personas asesinadas y
desaparecidas.
D`
Agostino llega con las manos en los bolsillos, observa hacia todos lados. Entra
relajado al bar de Corrientes y Salguero. Las entrevistas le resultan
familiares: lleva contando su historia desde hace tres décadas, de modo incansable.
Toma el primer trago de café y empieza: “Tenía 18 años. Era militante político
y dirigente estudiantil. Pertenecía a la Juventud Guevarista y al Partido
Revolucionario de los Trabajadores. Me secuestraron el 2 de julio de 1977 en
Castelar”. Fue a la madrugada. Lo llevaron al campo de concentración Club
Atlético, en Paseo Colón y San Juan. “Allí permanecí 91 días, encadenado, tabicados
los ojos, aislado e incomunicado del exterior” agrega, contundente. “No sé cómo
sobreviví” dice D´Agostino, hace una pausa y sigue: “Quizás, porque no encontré
la forma de suicidarme”.
Lo
arrancaron de la casa de sus padres. “Lo recuerdo claro: traspasar la puerta del
chalecito de Castelar, salir a la vereda encapuchado, esposado y golpeado. En
ese momento fue como si se hubiera generado un dispositivo en mi cabeza, una
forma de resistir que fue la de considerarme muerto” cuenta, y pareciera que también
se lo dice a sí mismo una vez más para ayudarse a comprender cómo resistió cada
uno de los momentos que viviría. Agrega: “Me golpearon, me picanearon y dolía. Pero
yo era un bulto. Mi cabeza estaba en otro lugar”.
El
20 de septiembre de 1977, trasladaron a varias de las personas que estaban
secuestradas en el Club Atlético Banco Olimpo, para exterminarlas. Desde hacía
días, D´Agostino venía muy angustiado y le preguntó a Daniel Di Nella – a quien
los secuestradores usaban como mano de obra esclava y por eso se movía por
otros lados y tenía información - si lo iban a matar. El tipo le contestó: “Petiso,
quedate tranquilo. Con vos hay otro proceso. Si no te largaron en esa tanda no
va a pasar nada. A mí me matan pero a vos no”.
Diez
días después de aquellas palabras, a D´Agostino lo torturaron para saber qué
sabía de su paso por ese lugar, lo llevaron a hablar con un Coronel que le dijo
que iban a liberarlo pero que se portara bien, lo subieron a un auto y lo
tiraron en la calle. Lo lanzaron junto a otro hombre en la puerta del Hospital
Borda.
Desde
el 30 del septiembre de 1977 - día de su liberación - D´Agostino se dedicó a intentar
reconstruir lo que había pasado. Vuelve a recordar el momento en que se había
considerado muerto y describe: “Después de unos días de estar en el estado de
las torturas, la leonera, la picana eléctrica, el interrogatorio, el golpe, los
cadenazos, las quemaduras, empecé a tratar de recuperar la vida, por así
decirlo. Quise, entonces, intentar algo. Intentar algo era conversar con otros,
empezar a observar y registrar quiénes eran ellos. Me relacioné con personas
que estaban ahí. Quería interpretar lo que estaba sucediendo”. Ese reencuentro
consigo mismo fue el factor que le permitió, mucho después, dar testimonio en
distintos juicios.
El
hecho de haber estado dispuesto a contar su experiencia desde el primer
momento, lo ayudó a construir una memoria. “Mi primer testimonio es una carta a
mi hermana, al exilio. Desde entonces, cada instancia que fui averiguando la
iba transfiriendo a través de cartas”, cuenta D´Agostino. En 1979, logró cruzar
a Uruguay y tomarse un avión a Bélgica, donde pudo contar lo que sabía y había
vivido, en organizaciones no institucionales que estaban montadas afuera.
La
primera vez que testificó desde el punto de vista oral y público fue en el
Juicio a las Juntas, en abril de 1984. Dice, sobre aquel día: “Yo venía de una
formación político ideológica que no creía en la Justicia, en esta Justicia,
que forma parte del Estado de Derecho de un gobierno democrático. Pensaba que
no tenían ningún sentido esos juicios.” Cuando comenzó a funcionar la CONADEP -
que se encargaba de recopilar testimonios y denuncias de personas que habían
sido víctimas del terrorismo de Estado - quienes pensaban que ese no era el
camino, entraron en crisis. A D´Agostino le pasó. “Pero era lo único que había
así que fui”, dice. A pesar de que es un crítico justo – valga la redundancia –
de la Justicia, siempre colaboró en los juicios por la verdad. “Lo hice y lo
sigo haciendo porque es un espacio más dentro de la lucha, para que se conozcan
estos hechos y la sociedad pueda condenarlos social y políticamente”, manifiesta.
Y hace una aclaración: “Dar testimonio es uno de los sentidos que tiene mi
sobrevida pero siempre participé sabiendo que es una Justicia que va a tratar
de amortiguar los hechos, juzgar y condenar parcialmente para cerrar una etapa
pero que en realidad va a contribuir muy poco al esclarecimiento y resolución
del conflicto fundamental por el que nuestra generación participó de una
militancia que llevó al terrorismo de Estado”.
En
general, D´Agostino busca instalar los conflictos que tiene respecto a lo
judicial, mientras realiza sus testimonios. Lo dijo alguna vez en un Tribunal:
“Estar acá, dar testimonio, no es estar en la sala de tortura pero es un hecho tortuoso, desde
lo personal, desde lo psicológico. Hay que estar acá, frente a algunos de los
que te torturaron, para estar relatando esto, sabiendo que no va a conducir a
mucho”. Se refería a que en esas instancias no se resuelve un conflicto
personal sino que se juzga lo que los represores y asesinos representaban y el
marco dentro del que articulaban su accionar. La atomización de los juicios le
parece un aspecto esencial en la falencia que describe: “No se ha logrado
transmitir el todo. Es algo que lleva a cabo el poder burgués. Se juzga como si
algunos represores aislados se hubieran unido para hacer daño a cinco o seis personas.
Los juicios están atomizados. Ante la nada, sirven. Pero dificultan la
comprensión de lo que sucedió. Habría que ir a todos para tener esa idea”.
En
2010, D´Agostino testificó por primera vez por su caso, cuando comenzó el
juicio ABO. Esa instancia judicial marcó una diferencia para él. Se investigaban
181 casos de personas que habían estado secuestradas en el Club Atlético Banco
Olimpo. Aquella vez, la sentencia dictaminó que se condenara a prisión perpetua
a doce de los imputados y a 25 años de prisión a otros cuatro. Uno de los
represores quedó absuelto. En 2012, se inició el juicio ABO bis en donde se juzgaba
a dos represores más, donde también testificó. En ambas sentencias, fueron
condenados nueve de los represores que estaban imputados por su caso. Sus
secuestradores siguen sin ser juzgados. Opina al respecto: “La justicia no fue completa
en su trabajo en cuanto a la continuidad del delito: orden, ejecución del
secuestro, del cautiverio y del exterminio. La figura de genocidio, además, no
ha sido interpretada ni investigada por la justicia”.
El
sistema judicial y los contextos políticos han ido cambiando. D´ Agostino no
niega que hayan sido cambios positivos pero cree que si bien la realidad se ha
transformado, “el conflicto principal es el hambre, la miseria, y la falta de
atención de un montón de seres humanos, de compatriotas de este país o de la
región que viven en condiciones por las que nosotros luchamos para modificar. Vamos
a poder decir que se hizo justicia si algún día la sociedad en su conjunto
puede modificar esto”, dice.
Para
dar testimonio en el juicio ABO, D´Agostino hizo algo que no había hecho antes.
Se tomó una semana para repasar todos los testimonios que tenía documentados,
revisar si tenía contradicciones y leerlos para no olvidarse de nada. “Hice un
repaso y articulé mas o menos una estructura”, cuenta. Después estuvo casi cinco
horas frente a la jueza. “No quería olvidarme de nada. Por ahora tengo buena
memoria”, agrega. En algo también se diferenció este juicio: en la marcada necesidad
de un abrazo afectivo que lo contuviera al terminar su declaración porque “es
duro estar dando testimonio en ese lugar, frente a esos tipos, con el
compromiso y la presión de no olvidarse de nada”, expresa.
La
celeridad de los juicios, el modo en que actúa la Justicia, los contextos en
que se testifica. Son aspectos que D´Agostino no puede dejar de lado cuando
piensa en la experiencia de testimoniar. Expresa: “Me han preguntado si vi cómo
torturaban a una persona. ¿Simplemente la picana eléctrica es tortura? La
picana duele, quema, pero es un instante. Estar encadenado, incomunicado,
aislado, sin poder ver ni comer bien, sin tener un abogado, no saber qué te
espera, todo eso es también tortura. Yo decía ante el Tribunal que con todo eso
que había relatado no hacía falta responder esa pregunta. Yo se lo que quieren
escuchar los jueces pero quise transmitir eso en el Tribunal. Forma parte de mi
conflicto general respecto a los juicios.” Forma parte, también, de su resabio
de militancia, de un dispositivo que parece haberse despertado en su cabeza,
esta vez, para decir todo y no guardarse nada.
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