“En 54 años de vida, 91 días no
son nada” dice Miguel D´Agostino, quien estuvo secuestrado esa cantidad de
tiempo durante 1977, en plena dictadura militar. Sin embargo, ese porcentaje ínfimo
comparado con la totalidad de su vida es el que lo llevó, desde el momento de su
liberación hasta el presente, a testimoniar una y otra vez en distintos
juicios. Si bien los casos juzgados en ABO y ABO bis condenaron a algunos de
sus represores, él es crítico de la Justicia y cree que la democracia tiene una
deuda con su militancia y la de las miles de personas asesinadas y
desaparecidas.
D`
Agostino llega con las manos en los bolsillos, observa hacia todos lados. Entra
relajado al bar de Corrientes y Salguero. Las entrevistas le resultan
familiares: lleva contando su historia desde hace tres décadas, de modo incansable.
Toma el primer trago de café y empieza: “Tenía 18 años. Era militante político
y dirigente estudiantil. Pertenecía a la Juventud Guevarista y al Partido
Revolucionario de los Trabajadores. Me secuestraron el 2 de julio de 1977 en
Castelar”. Fue a la madrugada. Lo llevaron al campo de concentración Club
Atlético, en Paseo Colón y San Juan. “Allí permanecí 91 días, encadenado, tabicados
los ojos, aislado e incomunicado del exterior” agrega, contundente. “No sé cómo
sobreviví” dice D´Agostino, hace una pausa y sigue: “Quizás, porque no encontré
la forma de suicidarme”.
Lo
arrancaron de la casa de sus padres. “Lo recuerdo claro: traspasar la puerta del
chalecito de Castelar, salir a la vereda encapuchado, esposado y golpeado. En
ese momento fue como si se hubiera generado un dispositivo en mi cabeza, una
forma de resistir que fue la de considerarme muerto” cuenta, y pareciera que también
se lo dice a sí mismo una vez más para ayudarse a comprender cómo resistió cada
uno de los momentos que viviría. Agrega: “Me golpearon, me picanearon y dolía. Pero
yo era un bulto. Mi cabeza estaba en otro lugar”.
El
20 de septiembre de 1977, trasladaron a varias de las personas que estaban
secuestradas en el Club Atlético Banco Olimpo, para exterminarlas. Desde hacía
días, D´Agostino venía muy angustiado y le preguntó a Daniel Di Nella – a quien
los secuestradores usaban como mano de obra esclava y por eso se movía por
otros lados y tenía información - si lo iban a matar. El tipo le contestó: “Petiso,
quedate tranquilo. Con vos hay otro proceso. Si no te largaron en esa tanda no
va a pasar nada. A mí me matan pero a vos no”.
Diez
días después de aquellas palabras, a D´Agostino lo torturaron para saber qué
sabía de su paso por ese lugar, lo llevaron a hablar con un Coronel que le dijo
que iban a liberarlo pero que se portara bien, lo subieron a un auto y lo
tiraron en la calle. Lo lanzaron junto a otro hombre en la puerta del Hospital
Borda.
Desde
el 30 del septiembre de 1977 - día de su liberación - D´Agostino se dedicó a intentar
reconstruir lo que había pasado. Vuelve a recordar el momento en que se había
considerado muerto y describe: “Después de unos días de estar en el estado de
las torturas, la leonera, la picana eléctrica, el interrogatorio, el golpe, los
cadenazos, las quemaduras, empecé a tratar de recuperar la vida, por así
decirlo. Quise, entonces, intentar algo. Intentar algo era conversar con otros,
empezar a observar y registrar quiénes eran ellos. Me relacioné con personas
que estaban ahí. Quería interpretar lo que estaba sucediendo”. Ese reencuentro
consigo mismo fue el factor que le permitió, mucho después, dar testimonio en
distintos juicios.
El
hecho de haber estado dispuesto a contar su experiencia desde el primer
momento, lo ayudó a construir una memoria. “Mi primer testimonio es una carta a
mi hermana, al exilio. Desde entonces, cada instancia que fui averiguando la
iba transfiriendo a través de cartas”, cuenta D´Agostino. En 1979, logró cruzar
a Uruguay y tomarse un avión a Bélgica, donde pudo contar lo que sabía y había
vivido, en organizaciones no institucionales que estaban montadas afuera.
La
primera vez que testificó desde el punto de vista oral y público fue en el
Juicio a las Juntas, en abril de 1984. Dice, sobre aquel día: “Yo venía de una
formación político ideológica que no creía en la Justicia, en esta Justicia,
que forma parte del Estado de Derecho de un gobierno democrático. Pensaba que
no tenían ningún sentido esos juicios.” Cuando comenzó a funcionar la CONADEP -
que se encargaba de recopilar testimonios y denuncias de personas que habían
sido víctimas del terrorismo de Estado - quienes pensaban que ese no era el
camino, entraron en crisis. A D´Agostino le pasó. “Pero era lo único que había
así que fui”, dice. A pesar de que es un crítico justo – valga la redundancia –
de la Justicia, siempre colaboró en los juicios por la verdad. “Lo hice y lo
sigo haciendo porque es un espacio más dentro de la lucha, para que se conozcan
estos hechos y la sociedad pueda condenarlos social y políticamente”, manifiesta.
Y hace una aclaración: “Dar testimonio es uno de los sentidos que tiene mi
sobrevida pero siempre participé sabiendo que es una Justicia que va a tratar
de amortiguar los hechos, juzgar y condenar parcialmente para cerrar una etapa
pero que en realidad va a contribuir muy poco al esclarecimiento y resolución
del conflicto fundamental por el que nuestra generación participó de una
militancia que llevó al terrorismo de Estado”.
En
general, D´Agostino busca instalar los conflictos que tiene respecto a lo
judicial, mientras realiza sus testimonios. Lo dijo alguna vez en un Tribunal:
“Estar acá, dar testimonio, no es estar en la sala de tortura pero es un hecho tortuoso, desde
lo personal, desde lo psicológico. Hay que estar acá, frente a algunos de los
que te torturaron, para estar relatando esto, sabiendo que no va a conducir a
mucho”. Se refería a que en esas instancias no se resuelve un conflicto
personal sino que se juzga lo que los represores y asesinos representaban y el
marco dentro del que articulaban su accionar. La atomización de los juicios le
parece un aspecto esencial en la falencia que describe: “No se ha logrado
transmitir el todo. Es algo que lleva a cabo el poder burgués. Se juzga como si
algunos represores aislados se hubieran unido para hacer daño a cinco o seis personas.
Los juicios están atomizados. Ante la nada, sirven. Pero dificultan la
comprensión de lo que sucedió. Habría que ir a todos para tener esa idea”.
En
2010, D´Agostino testificó por primera vez por su caso, cuando comenzó el
juicio ABO. Esa instancia judicial marcó una diferencia para él. Se investigaban
181 casos de personas que habían estado secuestradas en el Club Atlético Banco
Olimpo. Aquella vez, la sentencia dictaminó que se condenara a prisión perpetua
a doce de los imputados y a 25 años de prisión a otros cuatro. Uno de los
represores quedó absuelto. En 2012, se inició el juicio ABO bis en donde se juzgaba
a dos represores más, donde también testificó. En ambas sentencias, fueron
condenados nueve de los represores que estaban imputados por su caso. Sus
secuestradores siguen sin ser juzgados. Opina al respecto: “La justicia no fue completa
en su trabajo en cuanto a la continuidad del delito: orden, ejecución del
secuestro, del cautiverio y del exterminio. La figura de genocidio, además, no
ha sido interpretada ni investigada por la justicia”.
El
sistema judicial y los contextos políticos han ido cambiando. D´ Agostino no
niega que hayan sido cambios positivos pero cree que si bien la realidad se ha
transformado, “el conflicto principal es el hambre, la miseria, y la falta de
atención de un montón de seres humanos, de compatriotas de este país o de la
región que viven en condiciones por las que nosotros luchamos para modificar. Vamos
a poder decir que se hizo justicia si algún día la sociedad en su conjunto
puede modificar esto”, dice.
Para
dar testimonio en el juicio ABO, D´Agostino hizo algo que no había hecho antes.
Se tomó una semana para repasar todos los testimonios que tenía documentados,
revisar si tenía contradicciones y leerlos para no olvidarse de nada. “Hice un
repaso y articulé mas o menos una estructura”, cuenta. Después estuvo casi cinco
horas frente a la jueza. “No quería olvidarme de nada. Por ahora tengo buena
memoria”, agrega. En algo también se diferenció este juicio: en la marcada necesidad
de un abrazo afectivo que lo contuviera al terminar su declaración porque “es
duro estar dando testimonio en ese lugar, frente a esos tipos, con el
compromiso y la presión de no olvidarse de nada”, expresa.
La
celeridad de los juicios, el modo en que actúa la Justicia, los contextos en
que se testifica. Son aspectos que D´Agostino no puede dejar de lado cuando
piensa en la experiencia de testimoniar. Expresa: “Me han preguntado si vi cómo
torturaban a una persona. ¿Simplemente la picana eléctrica es tortura? La
picana duele, quema, pero es un instante. Estar encadenado, incomunicado,
aislado, sin poder ver ni comer bien, sin tener un abogado, no saber qué te
espera, todo eso es también tortura. Yo decía ante el Tribunal que con todo eso
que había relatado no hacía falta responder esa pregunta. Yo se lo que quieren
escuchar los jueces pero quise transmitir eso en el Tribunal. Forma parte de mi
conflicto general respecto a los juicios.” Forma parte, también, de su resabio
de militancia, de un dispositivo que parece haberse despertado en su cabeza,
esta vez, para decir todo y no guardarse nada.
sinceramente me sorprendiste juli, las palabras justas para una historia de vida que te hace pensar
ResponderEliminarpor qué nos quejamos de tantas boludeses en vez de disfrutar a pleno la vida en libertad
Vos sabés lo difícil que es tratar de reflejar lo que le pasa a otra persona en un texto periodístico y más con vivencias tan fuertes, así que gracias por tus palabras, Agus!
EliminarPara reflexionar sobre la justicia, también...