viernes, 6 de enero de 2012

No tan de repente

Los jueves teníamos computación. Con Gina nos habíamos elegido para compartir la computadora. No sé si era mi persona preferida de la sala pero nos entendíamos jugando. Gina tenía dos cosas que seducían enseguida: un perro que era puro pelo con un chuflo en la cabeza, y una cucheta alta desde la que se extendía un tobogán celeste. A esa edad, las mejores casas son las que pueden convertirse rápidamente en mundos paralelos, y además, las casas se parecen a las personas.

Me acuerdo que un día de computación como cualquier otro, Gina no vino a sentarse al lado mío. Se quedó hablando en secretito con Miriam. Les pregunté qué conversaban, disfrazando un justo acto de pedirle que no me dejara así, sola. Además, la clase no podía empezar sin ella porque era re buena con las flechas del teclado con el que jugábamos a la viborita. Miriam dijo que no hablaban de nada, que era una pavada. Pero después le susurró a Gina que no me contara. Las escuché cuando me alejaba. O tal vez me lo inventé, como cuando no se sabe qué pasa pero algo es y todos lo disimulan mal.

Esa tarde Gina no tuvo paz. Me dediqué a preguntarle por el secreto, por el secreto y por el secreto. Tal vez hasta le haya insinuado algún tipo de amenaza porque me acuerdo que ella me miraba seria y no como siempre, no era tímida, tierna, inofensiva sino dura y preocupada. Pero yo perseveré y conseguí que al salir de la clase, al fin lejos de la maestra, Gina me lo dijera:

- Los Reyes Magos no existen. Son nuestros papás.

No mentía. Gina no mentía nunca y además era muy inteligente. Por eso no tuve más remedio que creerle en el instante en que lo dijo, por más de que tuviéramos cinco años y los Reyes fueran mis preferidos. Papá Noel me caía medio mal y me parecía poco práctico con su trineo. En el ratón Pérez todavía no tenía tiempo de pensar porque apenas se me movían los dientes. En cambio, los Reyes y sus camellos tenían mucho sentido porque andaban por tierra, comían el pasto, tomaban el agua que les dejábamos, venían en grupo.

Miriam nos vio, me apartó, y me dijo que no era así, que Gina me estaba haciendo un chiste. Yo la quería mucho a Miriam y valoraba su actitud pero Gina nunca hacía chistes y ella también lo sabía.

Esa tarde mamá me fue a buscar como todos los días y cuando llegamos a mi casa se lo pregunté, si era verdad que los Reyes Magos eran los papás. Se sorprendió y me dijo que no era verdad, que quién me había dicho esa mentira, que Gina se había confundido y que la maestra tenía razón. Pero yo insistí y entonces me dijo que si tenía dudas llamara a la abuela y le preguntara. Me marcó el teléfono, me atendió la abuela, le pregunté si los Reyes existían. La abuela me pidió que le pasara con mamá. El mundo se desencantaba por primera vez.

Lo terrible es que cuando descubrís que uno no existe, en este caso los Reyes, deducís que no existen tampoco los demás. Siguiendo esa lógica fatalista, las ilusiones se rompen de golpe, así porque sí, se deja de creer de repente. Pero por alguna razón, al poco tiempo se me cayó el primer diente y lo acomodé abajo de la almohada y la Navidad siguiente a aquella charla con Gina, me pareció ver a Papá Noel volando cerca de una estrella.

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