viernes, 14 de enero de 2011

New minita se va al mar



Cuando una mujer se está por ir de vacaciones, yo no se si los hombres lo saben, su parte minita alcanza su máximo despliegue.

Es así. Por más que quieras escapar a los clichés, ahí estás, un 14 de enero preguntándole a una amiga por mensaje de texto si conoce un lugar a donde hacerte los pies. Y no sólo eso sino que ahí está ella: se sabe al menos cinco direcciones por tu barrio a donde ir. También sos vos la que después de salir de Jessica, llama a otra amiga para arreglar algunas cosas del viaje, pero resulta que ella no te puede atender porque está a punto de ser depilada en la camilla de Mónica Brenta. Lo que además es todo un tema porque Jessica y Mónica Brenta son el Boca-River de los lugares cools de depilación.

La previa vacacional se vuelve muy minita. En las conversaciones con amigas, además de los destinos a los que te vas y la circunstancia vacacional que te toca, se habla mucho por ejemplo de la "tira de pelvis", las casas donde te venden malla con parte de arriba y de abajo por separado, de las viejas estrías, la nueva celulitis, las recientes arañitas, el sol y el pelo, cómo hacer para que te cierre la valija/bolso/mochila, ¿Mónica Brenta o Jessica?. Nosotras mismas no nos soportamos.

Dudo que algún hombre haya llegado a este párrafo pero si alguno lo hizo quiero que se entere de que además de los lugares tipo salón de belleza cool, está lleno de pequeños locales para mujeres, en la ciudad, en los que nos ofrecen de todo: depilación, manicuría, pedicuría, belleza de pies, de manos, limpieza de cutis, servicio de peluquería, nutrición. Hoy empecé a descubrir ese universo "minita de barrio" encantador.

Fui a "Cristina depilación" (¿qué te pensabas? Minita, pero nacional y popular) después de haber sacado un turno, sí, un turno, para hacerme los pies. El lugar era un sucucho horrible que da a la calle, de luz deprimente y tamaño reducido. Su decoración era prácticamente nula, a excepción de las múltiples fotos de Jesucristo que adornaban las paredes. Había tres empleadas: la de manicuría, la de pedicuría y Cristina, que depilaba. La voz de Cris era lo más ronco que escuché en mi vida. Me decías que se llamaba Carlos y yo te creía.

Respiré profundo y me entregué a la labor de la supuesta especialista. La señora trabajaba muy en silencio y yo observaba atentamente sus maniobras. Al lado mío una anciana se hacía las manos: uñas color rosa perlado, obvio. Atrás de un biombo bien rupestre, Cristina depilaba a una joven como yo. Nos interrumpió en nuestra burbuja esteticista, una chica que entró para consultar si había mucha espera porque ella necesitaba pintarse los dos dedos gordos del pie. "Sólo esos dos deditos" dijo. Increíble. Me reí pero se ve que no era gracioso: era nor-mal.

Al final, todo bien. "Cristina depilación" fue un éxito. Después de media hora mis pies eran mucho más lindos. Antes de irme recibí un masaje muy relajante, de tal magnitud que no podía volver a mi casa de lo costoso que me resultaba pisar.

¿Y por qué este ataque tan minita?

Porque esta new minita se va al mar.

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