martes, 26 de julio de 2011

Biblioteca vulnerada

Yo sentada frente a la computadora, luchando con un Excel que no abría, buscando sin éxito en qué aula era la materia. Vos viniste de la cocina, me acariciaste la espalda, cantabas un tema en inglés que yo conocía pero no muy bien. Pensé que si podía cantarlo con vos, que charláramos de lo genial que era, iba a sumar puntos.

Todos sabemos lo que pasa cuando se empieza a pensar las relaciones en términos matemáticos. No se si habrá sido influencia de aquel Excel insano pero me acuerdo que ese fue el momento exacto en el que generé la tabla, mi tabla de adquisición de puntos en base a tus actitudes positivas, como si hubiera contado con la posibilidad de ir a un lugar parecido al supermercado Disco a canjear la suma por 1/4 de garantía tuya, un contrato informal que dijera que al menos los siguientes cuatro meses nos íbamos a seguir viendo.

Mientras seguía con lo del aula fuiste hasta la biblioteca y te pusiste a mirar. Estaba desordenada. Me preguntaste si me jodía que hicieras algunos cambios. Y no, casi ni te escuché. Así que sacaste unos libros, los moviste de lugar, pusiste Liniers al lado de Borges, a Bukowski en donde estaba Murakami y a Haruki lo mandaste al último estante porque no era de tus preferidos. Intercalaste los de Kundera porque juntos era demasiado y le diste protagonismo a Rousseau ("estudiante de sociales, el Rousseau bien a la vista"). Moviste también el portarretratos con la foto de las vacaciones al estante más alto porque se veía mejor. Me pediste prestado Bioy Casares. Te recomendé Una muñeca rusa y enseguida me arrepentí de ofrecértelo porque era como decirte "Okey, al menos el tiempo que tardes en leer éste nos vamos a seguir viendo". Casi te pregunté si leías rápido. Era como decirte, sino, "el día que nos separemos y no nos queramos ver ni la cara voy a lamentar que te quedes con éste, hijo de puta".

Hablabas sobre los libros que habías leído, me contabas cuáles no. Abriste uno de canciones de María Elena Walsh, lo ojeaste y me pediste que cantara el principio de El brujito de gulubú. "Había una vez un brú" te canté y te escuché reirte un poco.

No me preocupó- en ese momento- que me preguntaras: "¿Viste cómo hago de todo para moverte la estantería?" , porque nos reímos del chiste boludo. Nos reímos del chiste, boludo. Y ahora ya te presté casi todos los libros que tengo y no leíste.

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