viernes, 10 de diciembre de 2010

Burlar la rutina

Ciento cincuenta y dos. Tercer asiento doble. Unas paradas y subió un chico atractivo. No quería pensarlo, olerlo ni tocarlo. Quería verlo. Tenía “algo”: su nariz de perfil, seductor punto de vista de su cara. Aunque el brazo era mejor, el músculo que apenas se le dibujaba cerca del hombro. Mi parte preferida. Era atractivo porque parecía como cansado, como que había vivido mucho. O estaba fumado. Creí que lo conocía. Me miraba fijo, me gustaba cómo miraba ¿Quién era?

Se desocupó un lugar. Sentadito adelante mío, a centímetros de él, veía su pelo tan "sensual". Efectivamente descubrí que el pelo puede serlo. Quería tocarle el hombro o el cuello. Se rascaba la nuca. Yo conozco ese significado. Es un tip de mi abuela: “Si un muchacho se rasca la nuca quiere decir que le gustás”. Así que le hubiera revuelto el pelo desde atrás, un poquito y le hubiera dicho: “Qué atractivo sos, ¿saldrías conmigo?”. Qué cursi hubiese sido.

Se paró para dejarle el asiento a una señora que acababa de subir. Parado al lado mío, lo seguí mirando. Era obvio, era como estar diciéndole: habláme, no tengo novio, 24 años, el viernes estoy libre. Traté de imaginar qué hacía de su vida, deducirlo por esa información que te da lo superficial. Cineasta. Bah, podía aparentar abogado también. Cine ó Derecho. Sí. ¿Qué tenían que ver? ¿Iría a la UBA? Tal vez no estudiaba sino que trabajaba en sociedad con un amigo. En fin. No importaba. ¿O sí?

Parecía copado pero era muy serio. Tampoco iba a ir riendo solo en el colectivo. ¡Qué manos chiquitas le descubrí! Eso no era bueno pero el pantalón le quedaba muy bien aunque fuera un poco enano. Creí que se había dado cuenta de que le miraba el culo. Pensé “Basta. No lo mires. No lo mires. No lo mires. Ya falta poco y a otra cosa”. Es que yo estaba quedando mal y él también. Nos mirábamos con alevosía, de arriba a abajo, desde todos los ángulos, adelante de todos.

Un par de paradas y ya me bajaba. Casi me pasé. Recordé que vivo la vida adentro de una película. Era un caso perdido. Ese sería un hombre más que no conoceré.

Me paré. En ese momento lo asumí y toqué el timbre. Semáforo. Lo miré. Él sabía de lo nuestro. Podría haberle tirado un beso, a modo de quetevayabien, fueungustomirarteestamediahora. Ese día yo estaba tan cursi... Como decía, la cabeza a mil, un gusto haberlo conocido, espero que este mensaje te llegue vía mental aérea, ya estoy llegando, chau chau, ¡ya me bajo! Que el semáforo esté demorando nuestra despedida no significa que me quedo acá por vos o que todavía falta, lamentablemente. Que te vaya bien, tal vez nos volvamos a ver en la vorágine otra vez, en este quilombo de ciudad. Me estoy yendo chicofugaz, me voy a acordar de vos, por dios cómo me gustás, la puerta y ya está, ya estoy afuera, ¿me ves? Afuera, con los dos pies en la vereda. Ya te despedí.

Después sonreí porque cuántas veces viví eso y cuántas me olvidé. Ya aprendí a olvidarme hace mucho, como todos. Que fácil es. Ahora sólo restaba tomar el Baggio multifruta que no había tomado por verguenza a hacerlo delante de él (muchos odian este gusto), imaginar que en la cajita había licor, whisky, ron, durazno caribeño, yo qué se: ahogar las penas. Lo importante es que por fin iba a merendar, a llegar a mi casa y tirarme en el sillón porque la verdad que Cabildo así, la gente golpeándote era, es, detestable. Una mano en mi espalda me cortó la reflexión, una voz me dijo: “Me bajé cincuenta cuadras antes por vos”.

Ahí estábamos.

Lo único que atiné es a reírme y decirle “¿Qué hacés acá?” como si nos conociéramos. Y no pude más que aceptar la cerveza que me propuso. “Menos mal que me dijiste que sí, porque sino me debías uno con veinticinco” me dijo.

Y sentí ese alivio que aparece cuando nace algo inesperado. Era un martes a las ocho de la noche y el desconocido del bondi y yo nos decíamos nuestros nombres en las mesas de afuera de un barcito, mientras pedíamos una Heineken.

No hay comentarios:

Publicar un comentario