martes, 21 de diciembre de 2010

Hace 9 años

Hubo una época reciente de nuestra historia en la que veíamos al país derrumbarse. La economía colapsaba. El desempleo crecía, 16 millones de personas estaban en la pobreza, la deuda externa había ascendido a 150.000 millones de dólares. El modelo neoliberal iniciado por Carlos Menem y continuado por el gobierno de la Alianza, presidido por Fernando de la Rúa, se había vuelto insostenible. La economía soportó sucesivas medidas que fueron pintando un paisaje doloroso en la vida de los más necesitados y la sociedad se fue polarizando cada vez más.

En diciembre de 2001, la desesperación y el descontento de la población comenzaron a visualizarse en las calles. Los saqueos a supermercados fueron aumentando en el Interior y llegaron a Capital Federal. La gente buscaba alimentos. La medida del Corralito terminó por despertar a la clase media. Ante la incapacidad del Presidente de resolver los conflictos urgentes, se llevaron a cabo movilizaciones espontáneas, los días 19 y 20 de diciembre de 2001, en la que miles de personas en Plaza de Mayo y también en otros lugares del país, pedían “que se vayan todos”. Las necesidades básicas de la mitad de la población habían estado postergadas durante muchos años y la clase media descreía de aquel sueño que había sido la fiesta del dólar. Algo no andaba bien.

Los noventa, los años farandulescos

El modelo neoliberal llevado a cabo por el ex presidente Carlos Menem, durante el lapso 1989 – 1999, fue inseparable de una paralela degradación republicana y de un sistema de corrupción consolidado. El Parlamento le otorgaba facultades extraordinarias, la suma del poder público, sin dificultades. A sólo un mes de haber asumido, Menem consiguió la sanción de la Ley de Reforma del Estado que le permitió la privatización de las empresas estatales sin tener que realizar ningún inventario, balance ó certificación acerca de por qué se procedía a tal fin. YPF, Gas del Estado, Entel y Aerolíneas Argentinas, son algunos de los nombres de las empresas que habían invertido en nuestras industrias y que fueron vendidas.

En abril de 1991, el Ministro de Economía Domingo Cavallo instauró el Plan de Convertibilidad. Esta medida consolidó las bases del modelo económico del menemismo. Desde entonces, el peso pasó a tener una paridad de uno a uno con el dólar. La inflación que había heredado el gobierno menemista mejoró y el producto interno aumentó. Creció el consumo de la sociedad, sobre todo de la clase media. Nació el país de los shoppings, de los barrios privados, de la ostentación, de los ricos , de los viajes por el mundo y de la pizza con champagne.

Sin embargo las fortunas estaban mal obtenidas porque mientras tanto, el bajo costo del dólar permitió la llegada de una cantidad de productos importados que dejó indefensa a la industria nacional. De producir el 95 % de lo que consumíamos pasamos a importar frutas, carnes, lácteos, telas y pastas. Muchas industrias locales cerraron. La desocupación creció. Por su parte, la deuda externa continuaba en crecimiento.

Según Ricardo Romero, politólogo y profesor en Ciencia Política en UBA y UNSAM, “Cuando se implementó el Plan de convertibilidad, se buscaba la paridad uno a uno en una sociedad que se referenciaba en el dólar. Y la sociedad lo aceptó así. La mayoría se anclaba y se beneficiaba con las cuotas. Digamos que la población no advirtió las consecuencias pero la convertibilidad, como era de esperar, generó posteriormente un endeudamiento externo muy importante y una fuga de capitales constante. Y se hizo insostenible”.

En agosto de 1997, las dos fuerzas políticas más importantes de la oposición, el FREPASO, liderado por Carlos “Chacho” Álvarez y Graciela Fernández Meijide, y la UCR, representada por el entonces jefe de gobierno porteño Fernando de la Rúa y el ex presidente Raúl Alfonsín, se reunieron en una misma coalición electoral: la Alianza por el trabajo, la justicia y la educación. Su candidato a Presidente, Fernando De la Rúa, se mostraba como la antítesis de la corrupción y ambición de poder que caracterizaron a Carlos Menem. En la Carta a los argentinos y en su discurso, alentaba la transparencia y la defensa de las instituciones, aunque afirmaba que pensaba mantener la Convertibilidad.

El 24 de octubre de 1999, cuando se realizaron las elecciones presidenciales, la fórmula oficialista Duhalde – Ortega fue derrotada por la Alianza y la dupla Fernando de la Rúa – Carlos “Chacho” Álvarez fue elegida para conformar el Poder Ejecutivo. La sociedad argentina depositaba grandes esperanzas en este recambio.

La Alianza se traiciona. Cavallo vuelve.

De la Rua debía paliar los graves problemas sociales que el modelo menemista había generado: déficit fiscal, deuda externa de 150.000 millones de dólares, la deserción y la desocupación que estalló hacia fines de los noventa. También aumentaron el subempleo y el trabajo en negro. En el plano laboral, había una desprotección absoluta. Era creciente el miedo a perder el puesto y por ese motivo hasta se aceptaban las rebajas salariales. Para solucionar estos problemas no planteó, sin embargo, abandonar el modelo menemista. Decidió profundizarlo.

Desde el comienzo de su mandato, se mostró incapaz de solucionar el complejo cuadro de situación que le tocó heredar. Según Ricardo Romero, politólogo, “Los antecedentes principales que desencadenaron la crisis de 2001, fueron en primer lugar de tipo económico, ya que el esquema de convertibilidad se había hecho insostenible, y en segundo lugar político. De La Rúa no podía gobernar sin apoyo de los gobernadores. Demostraba incapacidad para articular la política. Por esa razón, hizo lo contrario a lo que se proponía la Carta a los argentinos”.

Con el objetivo de recuperar las finanzas públicas, en marzo del 2000, el Ministro de Economía José Luis Machinea, lanzó un ajuste que incluía una rebaja del 13 % en los salarios de los estatales. Las medidas tomadas por este funcionario eran altamente impopulares. El plan económico generaba críticas.

El 6 de octubre de 2000, el vicepresidente Carlos “Chacho” Álvarez, renunció luego de acusar al gobierno de pagar coimas a los senadores para la aprobación de la Ley de Reforma Laboral. En el mismo mes, el desempleo fue récord: el 18,3% de la población activa estaba desocupada o subocupada. La imagen política del Presidente comenzaba a verse cada vez más perjudicada.

Hacia diciembre, el Ministro de Economía negociaba un préstamo de salvataje con el FMI, el “blindaje financiero”. Sin embargo, en marzo de 2001, las reservas del Banco Central descendieron a niveles históricos y el régimen de Convertibilidad parecía llegar a su fin. El 5 de marzo José Luis Machinea presentó su renuncia, ante la inminente crisis financiera.

De la Rúa designó a Ricardo López Murphy como nuevo Ministro de Economía, quien como principal medida anunció un nuevo recorte de casi 2000 millones de dólares en el presupuesto nacional, que afectaba principalmente al sector educativo. Las protestas de docentes y estudiantes no tardaron en llegar y a sólo dos semanas de su Asunción, López Murphy también renunció.

Existía un enorme vacío de poder. La economía se encontraba fuera de control: déficit fiscal, aumento de la deuda externa, degradación de las relaciones laborales. El 20 de marzo, a pedido de De la Rúa, el ex Ministro menemista Domingo Cavallo volvía para "salvar" el modelo de Convertibilidad que él mismo había iniciado.

Con su llegada, los mercados se calmaron pero el déficit fiscal no dejó de crecer. El Congreso le entregó superpoderes para que manejase a discreción suya todos los temas impositivos y presupuestarios. Anunció medidas pero los capitales seguían fugándose del país y el malestar social se agravaba.

En las elecciones legislativas de octubre de 2001, el 40% del electorado había votado en blanco o impugnado. Era el “voto bronca”. La prueba de que la confianza en la política y los partidos estaba perdida. Esto arrojaba el dato, además, de que el gobierno de la Alianza había perdido 5 millones de votos desde las elecciones presidenciales.

En noviembre de 2001 el FMI y los mercados internacionales se desentendieron del gobierno y se negaron a otogarle nuevos préstamos. El clima era tenso en el país, ante la falta de conducción del Presidente.

Que se vayan todos

El mes de diciembre de 2001, que año tras año acostumbra a ser el de las festividades, aguinaldos, y aumento del consumo, comenzó en medio de corridas bancarias y rumores de devaluación. Para frenar la fuga de dinero de los bancos, Cavallo lanzó una serie de medidas que restringían la extracción de dinero en efectivo. El Ministro de Economía había creado su propio monstruo. Una a una, todas sus estrategias fueron sepultadas por la crisis financiera.

La última y más grave decisión tomada por Cavallo fue el llamado Corralito. La clase media argentina venía de vivir la década de los noventa, repleta de novedades y ostentación. Luego de la proliferación de los shoppings, barrios privados y los lujos, los ahorristas y asalariados se vieron involucrados en una crisis difícil de revertir y un sentimiento difícil de curar. La medida afectó a muchísimos ciudadanos, a quienes la Convertibilidad les había permitido tener cuentas en dólares y ahora se les eran confiscadas. El Corralito, además, afectó a los sectores más pobres, que en parte se encontraban sostenidos por una economía informal que dependía del dinero en efectivo circulante.

Cerraron varios comedores escolares. Colapsaron los servicios hospitalarios. Empujados por la crisis y el hambre, miles de personas exigían alimentos en los supermercados de sus barrios. Realizaron saqueos que intentaron negociar pacíficamente con los dueños de los locales. Pero si no era posible la negociación se saqueaba de todas maneras. Manifestaban una urgencia de supervivencia. El gobierno tardaría en reaccionar, mientras esta modalidad se extendía por todo el país, hasta llegar a Capital Federal. Y cuando reaccionó, reprimió.

El 19 de diciembre a la mañana, muchos comerciantes habían bajado las persianas de sus negocios, en todo el país, ante los rumores de saqueo. Se esperaba que el Presidente resolviera los conflictos. A las 22: 45 de ese día, el Presidente habló en cadena nacional. “Decidí poner limite a los violentos que se aprovechan de las penurias ajenas. Por eso, y según las atribuciones que la Constitución Nacional me confieren como Presidente de la Nación, he declarado el estado de sitio en todo el territorio nacional, para asegurar la ley y el orden en el país, y terminar con los incidentes de las ultimas horas”. Esa fue la declaración de de la Rua: el estado de sitio. Lejos de provocar la disolución de las protestas, miles de personas en Capital Federal salieron a la calle con cacerolas y tapas, tras el discurso. Lo hicieron en Belgrano, Caballito, Villa Crespo, Almagro, Palermo y Parque Chacabuco. Cerca de la medianoche del 19 de diciembre, en las calles de Buenos Aires se oía el golpe de las cacerolas. Una señora hablaba a cámara en televisión: “con esta cacerola le di de comer a mis hijos durante veinte años y con esta misma cacerola salgo a la calle a reclamar un país más justo”.

La Plaza de Mayo estaba llena. A la una de la mañana se difundió la renuncia de Cavallo y a esa misma hora, la Guardia de Infantería comenzó a tirar gases, a pesar de que no existía ninguna provocación. Había familias, niños, embarazadas, personas reunidas pacíficamente, y en el medio del humo tóxico provocado por las granadas. Finalmente la Plaza se fue despoblando. La mayoría se fue hacia Avenida de Mayo, hacia el Congreso. Hubo más corridas. El clima, que había empezado pacífico se volvió violento y aquellas personas que se alegraban de estar reunidas en la movilización, fueron testigos de la represión. El día 19 de diciembre se registraron 5 muertos y 108 heridos.

Al día siguiente, el país amaneció con las imágenes de la noche anterior. La protesta continuó con su foco principal en Plaza de Mayo. Desde el gobierno se había ordenado desocupar la plaza a cualquier costo. Sólo una pared y algunas vallas separaban al Presidente de la salvaje represión mientras él redactaba su renuncia.

A caballo, en motos, a pie, con escudos, con gases, con balas de goma, con balas de plomo, los policías y la infantería descargaba sus armas contra los protestantes. Como si matar fuera una costumbre. Una mujer increpaba a los uniformados “¿Por qué nos pegan? ¡Si lo que estamos haciendo lo hacemos por ustedes también!”.

En cuestión de horas, la represión policial dejó un saldo de varios muertos y heridos. Hubo 26 muertos y centenares de heridos en Buenos Aires, la Capital, Córdoba, Santa Fe, Río Negro, Corrientes, Chubut, Neuquén y Tucumán. Las imágenes del centro de Capital Federal eran grises. Sirenas, sangre, ambulancias, garrotazos, gritos de desesperación. Personas heridas agonizando en las escalinatas del Congreso y en las calles emblemáticas de la ciudad. De la Rúa, mientras tanto, renunciaba y huía en helicóptero hacia Olivos.

Repartir otra vez

En los días que siguieron a la renuncia de De la Rúa, los fueron asumiendo como Presidentes, uno a uno: Ramón Puerta, Adolfo Rodríguez Saá, Eduardo Camaño y por último Eduardo Duhalde. Todos en un lapso de 10 días. El sentimiento que imperaba por entonces, en las casas argentinas, era la incertidumbre.

A diferencia de lo ocurrido en Argentina en varias de las crisis políticas anteriores, muchas de ellas terminadas en golpes militares, el sistema político en 2001 logró resolver la situación siguiendo los canales institucionales. Pero no había espacio para celebrar esto todavía porque el descreimiento en la política era grande y quedaba a la vista que teníamos mucho por aprender.

Por eso es que en aquellos días de diciembre no alcanzaba con la renuncia de Cavallo, ni con la de De la Rúa. Los presidentes se sucedían. Se esperaba algo más. Había que empezar a repartir las cartas, otra vez.

Aquella ardua tarea fue emprendida por Duhalde durante algunos meses, hasta su renuncia adelantada. El complejo cuadro de situación fue heredado luego por la Presidencia de Néstor Kirchner en el período 2003 -2007, electo en ballotage. Su mandato y posteriormente el de Cristina Fernández de Kirchner nos condujo a nuestra situación actual. (para otro post)

Después de tantos problemas graves y vamos a decirlo, después de tanto quilombo ¿quién puede negar los cambios positivos de tipo económico, político, social y cultural producidos por las gestiones llevadas a cabo por Néstor Kirchner y nuestra actual Presidenta?

A veces hay que recurrir a la historia de las cosas para adoptar una ideología, una visión del mundo que pueda ser fundamentada y sobre todo coherente.


No hay comentarios:

Publicar un comentario