Pero cuando inesperadamente y al fin aparece alguien y te roza un poco, cuando apenas te acaricia la espalda, ese leve contacto, cuando te pregunta cómo andás y te da justo en la herida que andás disimulando, o te dice que todo va a salir bien y te habla de algo lindo y vos creés entonces que sí, sí sabés.
Todo ese mareo que sentías y esa náusea que amagaba, no era otra cosa que el vértigo - que habita por unos segundos - de comprender que en realidad todos estamos solos, que si nos alejamos de los otros o los otros se nos alejan a vivir sus propias soledades, todo pierde sentido.
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