martes, 31 de julio de 2012

Empezar desordenado

Empezar desordenado, de atrás para adelante, también es una forma de empezar a contar. La cuestión es que Roberto me regaló un cuadernito rosa floreado. "Toma Yulia, te gustan las flores, para que escribas el viaje" me dijo en un italiano que entendí porque él se esmeró en que así fuera. Y yo, que hasta ese momento me había propuesto y jurado no escribir nada sobre los días para no controlar todo y soltar un poco a ver qué quedaba, me di cuenta de que me había auto-provocado una trampa, refugiándome en las fotos. Desde Ezeiza, había sacado una cantidad inconmensurable de imágenes para llevarme en una memoria que no era la mía. Eso era casi lo mismo que escribir. O peor.

El regalo de Roberto era una invitación y un voto de confianza. Era como si me estuviera diciendo que se me notaba, eso de tener cosas para decir y que no pasaba nada si lo hacía. Hay personas que te descubren exactamente ahí donde vos no explicitás nada.

Que faltara poco para volver a Buenos Aires era una razón poderosa para querer guardarlo todo. Por eso, la noche del día 25 me agarró tirada en la cama de uno de los cuartos de la casa de Roberto - el amigo de la familia - en Ponte San Pietro, un pueblo muy chico cerca de Milán, a las 2 de la mañana, haciendo el ejercicio de recordar y escribir día por día.

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Día 25

"Se puede empezar por decir que recibí este cuaderno cuando llegamos de la Costa, a eso de las 10 de la noche. Conocimos Camogli, Rapallo, Santa Margarita y Portofino, en ese orden. Son pueblos que están a 250 km desde donde estamos. En realidad pensábamos quedarnos una noche allá y aprovechar dos días de sol y playa, de Mediterráneo y cielo, pero el día estaba húmedo, tapado de nubes, con niebla y lluvia, y no pensaba mejorar, así que a la noche nos volvimos a Ponte.

La costa Liguria es linda, en el sentido de rara. Tiene un montón de casitas colgadas de montañas, tipo morros pero más grandes. Todas son de colores similares: los mismos naranjas, terracotas, amarillos, verdes. Tiene mucha vegetación florida. Los colores de Europa son de lo más lindo. Me gusta el color del verano por acá. Hay flores, muchas flores y yo me quedo paralizada mirándolas. Me parece que Roberto se dio cuenta.



Primero pasamos por Camogli, un lugar no muy turístico y de montañas altas, con muchas casas colgadas, entonces las vistas desde las calles son impresionantes.

Después bordeamos Rapallo y paramos a tomar algo en hasta Santa Margarita, que es tranquila y linda. Desde ahí tomamos un colectivo con el que tuvimos un episodio desafortunado. Iba hasta Portofino porque no se podía llegar con auto. Eran poco más de 5 km por montaña, un camino difícil, estrecho, sinuoso y había mucha gente que quería llegar hasta ahí. El transporte primermundista en la zona más top de Italia funciona peor que el Sarmiento. Viajamos aplastadísimos, frenando cada 10 segundos para no caer al prepicio o chocar con el auto de enfrente.

A la vuelta, un alemán empezó a golpear la puerta para que le abrieran - no sabemos si por claustrofobia o porque le había quedado alguien abajo, o simplemente por no poder soportar ser transportado de esa inhumana forma - y en ese acto golpeó sin querer a una chica que una vez que el tipo se bajó se quedó agarrándose la cabeza mientars al lado de ella, a un par de mujeres nos temblaban las manos y quizás, también, las piernas.


El camino es difícil pero Portofino es estéticamente hermoso. Tiene casas de colores y pintadas. Una casa puede tener cuatro ventanas pero dos de ellas estar dibujadas, ser artificiales. Esto puede verse como algo artístico y agradable, como toque personal y original de las viviendas del lugar. O también sentirse como asfixiante: pintar ventanas en vez de hacerlas puede ser raro.

Esas casitas dan a un puerto chico y todo ese paisaje es la postal del lugar. El puerto tiene cruceros privados y lanchas. Es un lugar selecto y concheto. Abajo de muchas de las casas hay tiendas de marca: Rolex, joyerías con anillos y collares carísimos, Dior, y podríamos seguir.


La humedad era terrible. Se sentía en el cuerpo. Subir al auto fue un alivio, un microclima. Después de equivocarnos una ruta, retomar la nuestra, atravesar un montón de túneles dentro de montañas, ver cómo anochecía en el camino y dormir de a ratitos, llegamos a la casa de Ponte, donde comimos una pizza gigante que compramos en la única pizzería abierta del pueblo. Esa noche probé algo que allá se toma casi como el Fernet con Coca acá: cerveza con Sprite. No estaba mal.

Cosas para no olvidar:

- La humedad definitivamente mata.

- Son lugares para conocer pero no invitan a quedarse. El exceso de caretaje puede por momentos asquear.

- La Costa Liguria está llena de italianos que veranean ahí. No hay ni un sudaca. Ni siquiera un español.

¿Y si el Primer Mundo - el de Europa - es un mito?

- La lluvia complica todos los paisajes menos el de París. "



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