sábado, 13 de noviembre de 2010

Hermositud




Los nervios te pueden robar el aire. Ayer tuve la mitad de aire que hoy. Las manos se te pueden descontrolar. Anoche me temblaron cuando acomodaba mis letras en el atril. Podés tener unas ganas desesperadas de huir y te alcanza con mirar una vez la cantidad de personas que hay sentadas, y paradas, porque si mirás otra vez, querrás correr lejos.

Pero por alguna razón inexplicable, que muchos llaman deseo, cuando te sentás en la silla, te acercás el micrófono, al lado te acompaña una guitarra y un amor por lo que hacés, si bien los nervios te declaran una guerra furiosa, te sobreponés a todos los amagues de frenar lo que está por suceder para que pare ese millón o tal vez dos millones de sensaciones que te pasan. Y entonces después del primer acorde decís las primeras líneas. Y cantás un tema, dos, tres y cuatro. Y pasás de La Celestina a dúo a un jazz en inglés rapidito, después a pronunciar el portugués de un tema de Chico Buarque, y te despedís con un tango vals de los de antes, bien argentino. No huiste, no te quedaste muda cinco minutos antes ni modulaste sólo silencios. Le pusiste a cada tema todo lo que podías ponerle.

Y después de vivir un año difícil, con más tristeza que alegría, sobre el final, en noviembre, podés decir que algo muy bueno pasó. Y que salió de vos. Y una vez que se fueron los nervios, aflojás, te despertás al otro día y entendés: hay muchas cosas sobre las que dudás, muchas a las que tenés miedo y muchísimas que querés pero no dependen de vos, pero tenés la certeza de que cuando algo te gusta tanto, nada lo para, nada lo deberá parar.

Yo quiero decir que cantar es algo muy muy hermoso.

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