domingo, 9 de octubre de 2011

Con bichos 29, sin bichos 32



Hay momentos en que se tiene la sensación de no odiar nada en particular sino todo en general.

Ayer fue uno de esos días en que odié a la gente.

Llovía. Amanecí más tarde de lo que debía así que tuve que ponerme lo primero que encontré, salir y tomar un taxi a destino. Cuando digo lo primero que encontré no estoy mintiendo. Me di cuenta al mirarme en el inmenso espejo que hay en mi edificio pero no había tiempo para la estética. También advertí, al abrir el paraguas y hacer dos pasos, que éste se iba deslizando hacia abajo, hasta mi cabeza. Me quedaba pegado, como si llevara un paraguas de sombrero o un sombrero de paraguas. Tarde.

El taxista balbuceó algunas palabras que no entendí del todo. Sólo escuché el principio de la frase que decía algo así como "Con este día horrible..." y le respondí "y sí, la verdad que sí" mientras acomodaba el convaleciente paraguas en la parte que sí se puede mojar del piso del auto. El taxista rió: "Vos sos mala como yo" me dijo y cuando volvió a repetir la frase supe que lo que no había escuchado antes terminaba en "que trabajen los pobres". Es decir que ese hombre me había dicho "Con este día horrible, qué ganas de quedarse en casa y que trabajen los pobres" y yo le había respondido "y sí, la verdad que sí". Comenzaba a odiar a la gente.

Después de hacer el trámite que me ocupaba, tenía dos horas para almorzar antes de ir a trabajar. Opté por darme el lujo de ir al Delicity que quedaba cerca, en Santa Fe y Julián Álvarez, y que visito mucho cuando ando pro ahí. La super promoción que siempre pido había aumentado. Salía 32 pesos. Venía compuesta de una porción de tarta, mix de vegetales verdes y bebida a elección. La ensalada ocupaba más de la mitad del plato.

Siempre como primero la tarta y después la ensalada. Ayer no fue la excepción pero al llevarme a la boca el segundo bocado de lechuga, radicheta y zanahoria observé un bicho. Lo separé sobre el plato blanco y con el tenedor lo estiré para visualizar si tenía patitas y entonces yo podía aseverar fielmente que lo era. Y sí, tenía también manitos, cabeza, cuerpito y alitas. Entonces empecé a buscar en el plato y encontré dos, tres y cuatro bichos. Dos pares ya me parecía una cantidad lo suficientemente relevante como para llamar a la moza y devolverle el mix de nidito de insectos con verduras verdes.

Yo: Mirá, ahí te separé al costado unos bichos que encontré en la ensalada. Te pido que me traigas la cuenta y que me hagas un descuento sobre eso. ¿Puede ser?

Moza: Ah mirá, sí, dale.

Mientras me preparaba para irme volvió la moza con el ticket: "Serían 29 pesos".

Yo: Me estás cargando. Encontré 4 bichos en el plato, la ensalada está toda ahí, ni pude probarla casi, y ustedes me descuentan 3 pesos. Es una cargada.

Moza: Es una promoción. Además vos la tarta te la comiste.

Yo: Sí, claro, y lamento haberlo hecho porque no sé si adentro tenía una cucaracha. Yo si voy ahora a bromatología con este plato te hago un quilombo.

Moza: Bueno yo no puedo hacer nada, dejame hablar con la encargada.

Ambas hablaban y me miraban mal a lo lejos por lo que yo - que a esa altura definitivamente odiaba a la gente - fui hasta la caja. Tuve que escuchar a esa persona que tenía los ojos opuestos a los de una pobre chica sin criterio atrás de un mostrador pero que sin embargo lo era:

Encargada: Mirá yo no se lo que pasó con la verdura, ahora la vamos a revisar a ver qué pasó, pero no se, si a vos te parece cara la promoción no la pidas la próxima, porque yo vi los bichos, pero vos querés que te descuente y te descontamos. Porque vos la tarta te la comiste.

Yo: Eh, no. No tiene nada que ver lo que estás diciendo. Me descontaste 3 pesos. 3. A mí la promoción no me parece cara pero si me la vendés con gusanos sí. Me parece que 32 pesos de un plato con al menos cuatro bichos es caro. Te estoy pidiendo que me descuentes la ensalada y me querés descontar un peso por cada bichito.

La conversación transcurría en tono plácido ante los clientes que miraban e incluso alguno escuchaba. La encargada y la moza me sobraban. Yo reía mientras mechaba en la conversación sin parar bichosygusanosenlaensalada, bichosygusanosenlaensalada, mientras los clientes se acercaban a pagar otras ensaladas, otras tartas y otros insectos. Parece que la encargada empezó a ponerse nerviosa porque ya todos sabían por qué discutíamos y al final terminó diciéndome que no me iba a cobrar nada y si bien no tuvo la gentileza de mínimamente pedirme disculpas me fui riendo y sin pagar. Pero no era risa agradable, era de esas que sobrevienen para no colapsar frente a situaciones sin sentido.

Después trabajé y el día se hizo largo, nublado, lluvioso y aburrido. El subte de vuelta a mi casa estaba colapsado y repleto de caras rígidas como la mía. Todos estábamos siendo estafados por todo aquello que la Primavera promete y eso no es poco. Un fin de semana largo de junio puede ser fatal y éste se le iba a parecer. En Tribunales subió un grupo de pibes de veintipico. Iban con la camiseta, camino a la cancha, a alentar a Chile. Fumaban en el subte. Se hacían chistes a los gritos. Un hombre de traje, salido del Microcentro, que viajaba al lado mío empezó a reirse cuando vio que fumaban y quería prenderse uno. Otro sonrió al escuchar cómo piropeaban una chica, una buena moza le decían, qué lindas las argentinas. La mujer de al lado me comentó que se notaba que estaban de viaje porque tenían esa soltura que a nosotros nos faltaba.

"La gente se mira y nos ríe. No entiendo si somos patéticos o les alegramos la vuelta a sus casas" le dijo uno de los pibes a otro. Y cuando me di cuenta que yo era una de las que sonreía ante cada cosa que decían o hacían se me dio por preguntarme si en realidad lo que a mí me andaba molestando ese día no era cierta argentinidad en vez de la gente, que después de todo es un rechazo particular y no un odio generalizado.




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