viernes, 29 de octubre de 2010

Los que nunca


El miércoles dormí poco. Me levanté temprano porque el censo llegó a mi casa a las 8:30 de la mañana. Enseguida me enteré de la muerte de Néstor y ya no pude dormirme más, hasta bien tarde. Perdí la noción temporal ¿Era verdad lo innombrable?

El dolor y el desconcierto se me calmaron recién a la noche, después de mirar el programa especial de 678, en el que escuché a otras personas hablando sobre Néstor. Lo hacían con tristeza, mucha, pero también imaginaban un futuro esperanzador y manifestaban una fe incuestionable hacia la Presidenta. Parecía haber esa mezcla de desconcierto y dolor que genera la muerte de cualquier persona con la satisfacción, en este caso, de que quien se fue dejó una enseñanza, una pasión y un proyecto para un país. Esas tres cosas, todo eso, es vida que nos vamos contagiando para no vivir tristes por la persona que ya no está. Durante todo el programa lloré con congoja, con fuerza, con dolor. Cuando terminaron todos los relatos me sentí, al fin, aliviada. Ya no estaba tan desolada.

Digo desolada no azarosamente. La desolación existió en el momento en que sentí la injusticia, como si la muerte supiera sobre lo que es justo. Tengo 24 años. Las pocas veces que me tocó votar, voté partidos chicos, de izquierda. Lo hice como una forma de resistencia, un voto bronca, porque impugnar me parecía lo mismo que no ir. Desde hace pocos años, tuve cambios en mi ideología y con esfuerzo asumí que debía hacerme cargo de mi postura política: bancaba a Cristina, cuando muchos la odiaban. Desde que apoyo un proyecto político fuerte, que puede ganar elecciones presidenciales y que por si fuera poco está actualmente en ejercicio, tengo otra responsabilidad. Porque si la elijo, después no puedo decir “yo no la voté”.

Estas convicciones, además, las comparto con la mayoría de las personas que más quiero. Si me lo hubiese imaginado hace algunos años, me hubiese parecido impensable. ¿Yo llamar a una amiga a las 10 de la mañana de un feriado para contarle consternada la muerte de un político y que a ella la entristezca tanto como a mí? ¿Que más tarde me llame otra amiga, de familia radical, diciéndome “esto es terrible”, sin consuelo, por la muerte de ese político? Y el miércoles sucedió. Tuve bronca porque sentía que algo se nos estaba cayendo encima de la cabeza y era todo eso por lo que habíamos apostado que podía pasar si seguíamos por este camino, como sociedad. Era la primera vez que nosotros, muchos jóvenes, hacíamos una apuesta ideológica, poníamos una ficha a un proyecto político. Con sus errores y sus aciertos, pero lo apoyábamos.

En mi imaginación aparecieron los malos y los tibios y dieron vuelta el rumbo, como si la política tuviera una cuota de azar, un instante ínfimo que permite que todo lo planeado cambie y tome un giro opuesto. Pero no es así y no por azar, tampoco, me tranquilicé. No fui aplastada por nada, las ideas no se cayeron encima de nadie. Me alcanzó con observar y escuchar la realidad y los sentimientos de los otros para saber que el proyecto político va a continuar porque muchos queremos que así sea. Y le dije adiós a mi desolación.

El jueves me desperté tranquila. Tuve la posibilidad y voluntad de estar en la plaza durante la tarde. Canté todo lo que había que cantar, al rayo del sol. Anduve por ahí, fui de un lado a otro. Quería VER, observar lo que pasaba, no a través del recorte de una pantalla ni por medio del relato de los demás. Necesitaba inspeccionar y armarme mi propio panorama: quiénes, cuántos, cómo eramos.

No fui sola. Fui con mi mamá y por supuesto, tampoco por azar. La vi mal con la noticia y le pregunté si tenía ganas de acompañarme. Ella, que mira todo por tele, la que nunca va a movilizaciones, que odia las multitudes y teme a la militancia, la que apoya este modelo pero no encuentra otros seguidores y se siente sola, me dijo que sí y vino conmigo. Cuando íbamos llamamos a mi abuelo, que no vive en Buenos Aires, para contarle que estábamos yendo a la plaza. Y él, que nunca llora, no pudo parar de llorar. Intentamos que se calme pero era imposible.

Mi abuelo, militante apasionado y fiel peronista desde siempre, tampoco lloraba de casualidad sino porque creyó hasta hace poco que la política agonizaba. Vio prácticamente morir al peronismo en su pueblo. No votó a Kirchner pero con el tiempo empezó a gustarle un poco Néstor. Después, se enamoró de Cristina. La apoyó con vergüenza y a escondidas: vive en un lugar donde todos son “el campo”. El jueves, ante nuestros intentos de que se calme, nos pedía que lo dejemos llorar porque necesitaba desahogarse, pensaba que no iba a volver a ver una movilización similar como las que generaba Perón. Me preguntó, como siempre, si había muchos jóvenes que los apoyaban. “Si abuelo, nosotros los bancamos, vamos a estar en la plaza” le dije. Y después pensé en "nosotros los jóvenes", los que nunca antes tuvimos sentimientos políticos fuertes hacia nadie, los que crecimos en los hipócritas años de los noventa, idiotizados, despolitizados, los que comenzábamos a adolecer mientras la gente salía a la calle a gritar que se vayan todos. Por fin llegamos a la plaza, mi mamá y yo. Juntas cantamos, caminamos y observamos. Ella les pudo poner caras, a esas miles de personas que piensan parecido a ella, parecido a mí. Existen. No son rumores ni cifras abstractas.

En la plaza sentí, sobre todo, ternura. Porque ternura es eso que aparece cuando algo nos despierta amor, unas ganas de dar un abrazo, nos llega, nos sonríe. Encontré mucha ternura en ver a tantos jóvenes, en las madres y los padres como mi mamá con hijas e hijos de mi edad, en las agrupaciones que impulsaban a cantar con pasión, en las parejas de señores y señoras mayores que hacían una cola interminable tras una valla para despedirse de Néstor, bajo el rayo de sol de las 3 de la tarde, que pegaba y cómo. Encontré lo mismo en quienes andaban sacando fotos, buscando captar en una imagen, una sola, esa ínfima porción de plaza que pudiera expresar lo que se siente. La encontré también en las parejas que iban con sus hijos en brazos, con sus bebés en cochecito, en quienes andaban en silla de ruedas buscando el mejor camino para llegar a colgar una flor en la reja de la Casa de Gobierno, para Néstor y Cristina. Encontré la ternura en los que andarían ahí “para ver”, como yo. En los que miraban la pantalla gigante desorientados, en los que se cubrían del sol con lo que fuera posible, en los que se abrazaban con gente que encontraban, en todos nosotros, de distintos ámbitos sociales y edades, saltando y cantando para no ser de Clarín, militar, gorila ni traidor. En los aplausos. En la unión, en los vínculos espontáneos que surgen en situaciones como esa, en nuestra humanidad.

En estos días sentí alegría por mi abuelo. Sentí orgullo por mi mamá. Sentí tranquilidad por tener los amigos que tengo. No podemos estar equivocados ni yo ni toda esa gente que hubo en la plaza todos estos días, la que no pudo ir, la que tiene vergüenza de animarse a decir que se siente bien con este modelo, los jóvenes, los más viejos, los que se sintieron excluidos por gobiernos anteriores. Somos muchos, con caras y cuerpos, no somos números, estadísticas. Somos personas cantándole a la Presidenta, pidiéndole por favor que siga, que profundice este modelo. Diciéndole que tiramos para el mismo lado.

Néstor Kirchner no está mas. Eso no lo podemos reparar. Ante la muerte, sólo el tiempo consigue apaciguar el dolor. Podemos recordarlo y así vivirá, de otra forma. Pero no quedará un silencio, sino mucha vitalidad. Lo demostraron el montón de jóvenes llorando por su pérdida y dando fuerza a Cristina, los viejitos al sol haciendo cola de horas y horas para entrar a despedirse de su querido Néstor, los desconocidos de twitter, los de Belgrano y Palermo mezclados con gente de zona sur, del oeste, extranjeros, catamarqueños, jujeños, de todas las provincias.

Éramos muchos ahí, inclusive los que nunca…

personas que seremos el fiel respaldo de este proyecto político.

Entonces, si bien el dolor sube y baja, lloro y paro, me tranquilizo y me angustio, también aparece y reaparece la tristeza transformada en emoción.


2 comentarios:

  1. Leo esto recién ahora y comparto q la presi no está sola...que tiene flor de ovarios y que los jovenes estamos con ella! LOS JOVENES somos CLAVE en este proceso y brindo por el despertar de la juventud...

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