jueves, 30 de diciembre de 2010
Cita con 2011
martes, 21 de diciembre de 2010
Hace 9 años
Hubo una época reciente de nuestra historia en la que veíamos al país derrumbarse. La economía colapsaba. El desempleo crecía, 16 millones de personas estaban en la pobreza, la deuda externa había ascendido a 150.000 millones de dólares. El modelo neoliberal iniciado por Carlos Menem y continuado por el gobierno de
En diciembre de 2001, la desesperación y el descontento de la población comenzaron a visualizarse en las calles. Los saqueos a supermercados fueron aumentando en el Interior y llegaron a Capital Federal. La gente buscaba alimentos. La medida del Corralito terminó por despertar a la clase media. Ante la incapacidad del Presidente de resolver los conflictos urgentes, se llevaron a cabo movilizaciones espontáneas, los días 19 y 20 de diciembre de 2001, en la que miles de personas en Plaza de Mayo y también en otros lugares del país, pedían “que se vayan todos”. Las necesidades básicas de la mitad de la población habían estado postergadas durante muchos años y la clase media descreía de aquel sueño que había sido la fiesta del dólar. Algo no andaba bien.
Los noventa, los años farandulescos
El modelo neoliberal llevado a cabo por el ex presidente Carlos Menem, durante el lapso 1989 – 1999, fue inseparable de una paralela degradación republicana y de un sistema de corrupción consolidado. El Parlamento le otorgaba facultades extraordinarias, la suma del poder público, sin dificultades. A sólo un mes de haber asumido, Menem consiguió la sanción de la Ley de Reforma del Estado que le permitió la privatización de las empresas estatales sin tener que realizar ningún inventario, balance ó certificación acerca de por qué se procedía a tal fin. YPF, Gas del Estado, Entel y Aerolíneas Argentinas, son algunos de los nombres de las empresas que habían invertido en nuestras industrias y que fueron vendidas.
En abril de 1991, el Ministro de Economía Domingo Cavallo instauró el Plan de Convertibilidad. Esta medida consolidó las bases del modelo económico del menemismo. Desde entonces, el peso pasó a tener una paridad de uno a uno con el dólar. La inflación que había heredado el gobierno menemista mejoró y el producto interno aumentó. Creció el consumo de la sociedad, sobre todo de la clase media. Nació el país de los shoppings, de los barrios privados, de la ostentación, de los ricos , de los viajes por el mundo y de la pizza con champagne.
Sin embargo las fortunas estaban mal obtenidas porque mientras tanto, el bajo costo del dólar permitió la llegada de una cantidad de productos importados que dejó indefensa a la industria nacional. De producir el 95 % de lo que consumíamos pasamos a importar frutas, carnes, lácteos, telas y pastas. Muchas industrias locales cerraron. La desocupación creció. Por su parte, la deuda externa continuaba en crecimiento.
En agosto de 1997, las dos fuerzas políticas más importantes de la oposición, el FREPASO, liderado por Carlos “Chacho” Álvarez y Graciela Fernández Meijide, y
El 24 de octubre de 1999, cuando se realizaron las elecciones presidenciales, la fórmula oficialista Duhalde – Ortega fue derrotada por
De
Con el objetivo de recuperar las finanzas públicas, en marzo del 2000, el Ministro de Economía José Luis Machinea, lanzó un ajuste que incluía una rebaja del 13 % en los salarios de los estatales. Las medidas tomadas por este funcionario eran altamente impopulares. El plan económico generaba críticas.
El 6 de octubre de 2000, el vicepresidente Carlos “Chacho” Álvarez, renunció luego de acusar al gobierno de pagar coimas a los senadores para la aprobación de
Hacia diciembre, el Ministro de Economía negociaba un préstamo de salvataje con el FMI, el “blindaje financiero”. Sin embargo, en marzo de 2001, las reservas del Banco Central descendieron a niveles históricos y el régimen de Convertibilidad parecía llegar a su fin. El 5 de marzo José Luis Machinea presentó su renuncia, ante la inminente crisis financiera.
De la Rúa designó a Ricardo López Murphy como nuevo Ministro de Economía, quien como principal medida anunció un nuevo recorte de casi 2000 millones de dólares en el presupuesto nacional, que afectaba principalmente al sector educativo. Las protestas de docentes y estudiantes no tardaron en llegar y a sólo dos semanas de su Asunción, López Murphy también renunció.
Con su llegada, los mercados se calmaron pero el déficit fiscal no dejó de crecer. El Congreso le entregó superpoderes para que manejase a discreción suya todos los temas impositivos y presupuestarios. Anunció medidas pero los capitales seguían fugándose del país y el malestar social se agravaba.
En las elecciones legislativas de octubre de 2001, el 40% del electorado había votado en blanco o impugnado. Era el “voto bronca”. La prueba de que la confianza en la política y los partidos estaba perdida. Esto arrojaba el dato, además, de que el gobierno de
En noviembre de 2001 el FMI y los mercados internacionales se desentendieron del gobierno y se negaron a otogarle nuevos préstamos. El clima era tenso en el país, ante la falta de conducción del Presidente.
El mes de diciembre de 2001, que año tras año acostumbra a ser el de las festividades, aguinaldos, y aumento del consumo, comenzó en medio de corridas bancarias y rumores de devaluación. Para frenar la fuga de dinero de los bancos, Cavallo lanzó una serie de medidas que restringían la extracción de dinero en efectivo. El Ministro de Economía había creado su propio monstruo. Una a una, todas sus estrategias fueron sepultadas por la crisis financiera.
La última y más grave decisión tomada por Cavallo fue el llamado Corralito. La clase media argentina venía de vivir la década de los noventa, repleta de novedades y ostentación. Luego de la proliferación de los shoppings, barrios privados y los lujos, los ahorristas y asalariados se vieron involucrados en una crisis difícil de revertir y un sentimiento difícil de curar. La medida afectó a muchísimos ciudadanos, a quienes
Cerraron varios comedores escolares. Colapsaron los servicios hospitalarios. Empujados por la crisis y el hambre, miles de personas exigían alimentos en los supermercados de sus barrios. Realizaron saqueos que intentaron negociar pacíficamente con los dueños de los locales. Pero si no era posible la negociación se saqueaba de todas maneras. Manifestaban una urgencia de supervivencia. El gobierno tardaría en reaccionar, mientras esta modalidad se extendía por todo el país, hasta llegar a Capital Federal. Y cuando reaccionó, reprimió.
Al día siguiente, el país amaneció con las imágenes de la noche anterior. La protesta continuó con su foco principal en Plaza de Mayo. Desde el gobierno se había ordenado desocupar la plaza a cualquier costo. Sólo una pared y algunas vallas separaban al Presidente de la salvaje represión mientras él redactaba su renuncia.
A caballo, en motos, a pie, con escudos, con gases, con balas de goma, con balas de plomo, los policías y la infantería descargaba sus armas contra los protestantes. Como si matar fuera una costumbre. Una mujer increpaba a los uniformados “¿Por qué nos pegan? ¡Si lo que estamos haciendo lo hacemos por ustedes también!”.
En cuestión de horas, la represión policial dejó un saldo de varios muertos y heridos. Hubo 26 muertos y centenares de heridos en Buenos Aires,
Repartir otra vez
En los días que siguieron a la renuncia de De
A diferencia de lo ocurrido en Argentina en varias de las crisis políticas anteriores, muchas de ellas terminadas en golpes militares, el sistema político en 2001 logró resolver la situación siguiendo los canales institucionales. Pero no había espacio para celebrar esto todavía porque el descreimiento en la política era grande y quedaba a la vista que teníamos mucho por aprender.
Por eso es que en aquellos días de diciembre no alcanzaba con la renuncia de Cavallo, ni con la de De
Aquella ardua tarea fue emprendida por Duhalde durante algunos meses, hasta su renuncia adelantada. El complejo cuadro de situación fue heredado luego por
Después de tantos problemas graves y vamos a decirlo, después de tanto quilombo ¿quién puede negar los cambios positivos de tipo económico, político, social y cultural producidos por las gestiones llevadas a cabo por Néstor Kirchner y nuestra actual Presidenta?
A veces hay que recurrir a la historia de las cosas para adoptar una ideología, una visión del mundo que pueda ser fundamentada y sobre todo coherente.
Entre líneas
martes, 14 de diciembre de 2010
viernes, 10 de diciembre de 2010
Burlar la rutina
Ciento cincuenta y dos. Tercer asiento doble. Unas paradas y subió un chico atractivo. No quería pensarlo, olerlo ni tocarlo. Quería verlo. Tenía “algo”: su nariz de perfil, seductor punto de vista de su cara. Aunque el brazo era mejor, el músculo que apenas se le dibujaba cerca del hombro. Mi parte preferida. Era atractivo porque parecía como cansado, como que había vivido mucho. O estaba fumado. Creí que lo conocía. Me miraba fijo, me gustaba cómo miraba ¿Quién era?
Se desocupó un lugar. Sentadito adelante mío, a centímetros de él, veía su pelo tan "sensual". Efectivamente descubrí que el pelo puede serlo. Quería tocarle el hombro o el cuello. Se rascaba la nuca. Yo conozco ese significado. Es un tip de mi abuela: “Si un muchacho se rasca la nuca quiere decir que le gustás”. Así que le hubiera revuelto el pelo desde atrás, un poquito y le hubiera dicho: “Qué atractivo sos, ¿saldrías conmigo?”. Qué cursi hubiese sido.
Se paró para dejarle el asiento a una señora que acababa de subir. Parado al lado mío, lo seguí mirando. Era obvio, era como estar diciéndole: habláme, no tengo novio, 24 años, el viernes estoy libre. Traté de imaginar qué hacía de su vida, deducirlo por esa información que te da lo superficial. Cineasta. Bah, podía aparentar abogado también. Cine ó Derecho. Sí. ¿Qué tenían que ver? ¿Iría a
Parecía copado pero era muy serio. Tampoco iba a ir riendo solo en el colectivo. ¡Qué manos chiquitas le descubrí! Eso no era bueno pero el pantalón le quedaba muy bien aunque fuera un poco enano. Creí que se había dado cuenta de que le miraba el culo. Pensé “Basta. No lo mires. No lo mires. No lo mires. Ya falta poco y a otra cosa”. Es que yo estaba quedando mal y él también. Nos mirábamos con alevosía, de arriba a abajo, desde todos los ángulos, adelante de todos.
Un par de paradas y ya me bajaba. Casi me pasé. Recordé que vivo la vida adentro de una película. Era un caso perdido. Ese sería un hombre más que no conoceré.
Me paré. En ese momento lo asumí y toqué el timbre. Semáforo. Lo miré. Él sabía de lo nuestro. Podría haberle tirado un beso, a modo de quetevayabien, fueungustomirarteestamediahora. Ese día yo estaba tan cursi... Como decía, la cabeza a mil, un gusto haberlo conocido, espero que este mensaje te llegue vía mental aérea, ya estoy llegando, chau chau, ¡ya me bajo! Que el semáforo esté demorando nuestra despedida no significa que me quedo acá por vos o que todavía falta, lamentablemente. Que te vaya bien, tal vez nos volvamos a ver en la vorágine otra vez, en este quilombo de ciudad. Me estoy yendo chicofugaz, me voy a acordar de vos, por dios cómo me gustás, la puerta y ya está, ya estoy afuera, ¿me ves? Afuera, con los dos pies en la vereda. Ya te despedí.
Después sonreí porque cuántas veces viví eso y cuántas me olvidé. Ya aprendí a olvidarme hace mucho, como todos. Que fácil es. Ahora sólo restaba tomar el Baggio multifruta que no había tomado por verguenza a hacerlo delante de él (muchos odian este gusto), imaginar que en la cajita había licor, whisky, ron, durazno caribeño, yo qué se: ahogar las penas. Lo importante es que por fin iba a merendar, a llegar a mi casa y tirarme en el sillón porque la verdad que Cabildo así, la gente golpeándote era, es, detestable. Una mano en mi espalda me cortó la reflexión, una voz me dijo: “Me bajé cincuenta cuadras antes por vos”.
Ahí estábamos.
Lo único que atiné es a reírme y decirle “¿Qué hacés acá?” como si nos conociéramos. Y no pude más que aceptar la cerveza que me propuso. “Menos mal que me dijiste que sí, porque sino me debías uno con veinticinco” me dijo.
Y sentí ese alivio que aparece cuando nace algo inesperado. Era un martes a las ocho de la noche y el desconocido del bondi y yo nos decíamos nuestros nombres en las mesas de afuera de un barcito, mientras pedíamos una Heineken.
viernes, 3 de diciembre de 2010
Un gustito de vez en cuando
domingo, 28 de noviembre de 2010
Los Vaca del mundo
domingo, 14 de noviembre de 2010
Ay Leonard...
El tamaño no importa, el encaje sí
sábado, 13 de noviembre de 2010
Hermositud
sábado, 6 de noviembre de 2010
Hasta la saliva
viernes, 5 de noviembre de 2010
Barril sin fondo
sábado, 30 de octubre de 2010
Un remo gigante
viernes, 29 de octubre de 2010
Los que nunca
El miércoles dormí poco. Me levanté temprano porque el censo llegó a mi casa a las 8:30 de la mañana. Enseguida me enteré de la muerte de Néstor y ya no pude dormirme más, hasta bien tarde. Perdí la noción temporal ¿Era verdad lo innombrable?
El dolor y el desconcierto se me calmaron recién a la noche, después de mirar el programa especial de 678, en el que escuché a otras personas hablando sobre Néstor. Lo hacían con tristeza, mucha, pero también imaginaban un futuro esperanzador y manifestaban una fe incuestionable hacia
Digo desolada no azarosamente. La desolación existió en el momento en que sentí la injusticia, como si la muerte supiera sobre lo que es justo. Tengo 24 años. Las pocas veces que me tocó votar, voté partidos chicos, de izquierda. Lo hice como una forma de resistencia, un voto bronca, porque impugnar me parecía lo mismo que no ir. Desde hace pocos años, tuve cambios en mi ideología y con esfuerzo asumí que debía hacerme cargo de mi postura política: bancaba a Cristina, cuando muchos la odiaban. Desde que apoyo un proyecto político fuerte, que puede ganar elecciones presidenciales y que por si fuera poco está actualmente en ejercicio, tengo otra responsabilidad. Porque si la elijo, después no puedo decir “yo no la voté”.
Estas convicciones, además, las comparto con la mayoría de las personas que más quiero. Si me lo hubiese imaginado hace algunos años, me hubiese parecido impensable. ¿Yo llamar a una amiga a las 10 de la mañana de un feriado para contarle consternada la muerte de un político y que a ella la entristezca tanto como a mí? ¿Que más tarde me llame otra amiga, de familia radical, diciéndome “esto es terrible”, sin consuelo, por la muerte de ese político? Y el miércoles sucedió. Tuve bronca porque sentía que algo se nos estaba cayendo encima de la cabeza y era todo eso por lo que habíamos apostado que podía pasar si seguíamos por este camino, como sociedad. Era la primera vez que nosotros, muchos jóvenes, hacíamos una apuesta ideológica, poníamos una ficha a un proyecto político. Con sus errores y sus aciertos, pero lo apoyábamos.
En mi imaginación aparecieron los malos y los tibios y dieron vuelta el rumbo, como si la política tuviera una cuota de azar, un instante ínfimo que permite que todo lo planeado cambie y tome un giro opuesto. Pero no es así y no por azar, tampoco, me tranquilicé. No fui aplastada por nada, las ideas no se cayeron encima de nadie. Me alcanzó con observar y escuchar la realidad y los sentimientos de los otros para saber que el proyecto político va a continuar porque muchos queremos que así sea. Y le dije adiós a mi desolación.
El jueves me desperté tranquila. Tuve la posibilidad y voluntad de estar en la plaza durante la tarde. Canté todo lo que había que cantar, al rayo del sol. Anduve por ahí, fui de un lado a otro. Quería VER, observar lo que pasaba, no a través del recorte de una pantalla ni por medio del relato de los demás. Necesitaba inspeccionar y armarme mi propio panorama: quiénes, cuántos, cómo eramos.
No fui sola. Fui con mi mamá y por supuesto, tampoco por azar. La vi mal con la noticia y le pregunté si tenía ganas de acompañarme. Ella, que mira todo por tele, la que nunca va a movilizaciones, que odia las multitudes y teme a la militancia, la que apoya este modelo pero no encuentra otros seguidores y se siente sola, me dijo que sí y vino conmigo. Cuando íbamos llamamos a mi abuelo, que no vive en Buenos Aires, para contarle que estábamos yendo a la plaza. Y él, que nunca llora, no pudo parar de llorar. Intentamos que se calme pero era imposible.
Mi abuelo, militante apasionado y fiel peronista desde siempre, tampoco lloraba de casualidad sino porque creyó hasta hace poco que la política agonizaba. Vio prácticamente morir al peronismo en su pueblo. No votó a Kirchner pero con el tiempo empezó a gustarle un poco Néstor. Después, se enamoró de Cristina. La apoyó con vergüenza y a escondidas: vive en un lugar donde todos son “el campo”. El jueves, ante nuestros intentos de que se calme, nos pedía que lo dejemos llorar porque necesitaba desahogarse, pensaba que no iba a volver a ver una movilización similar como las que generaba Perón. Me preguntó, como siempre, si había muchos jóvenes que los apoyaban. “Si abuelo, nosotros los bancamos, vamos a estar en la plaza” le dije. Y después pensé en "nosotros los jóvenes", los que nunca antes tuvimos sentimientos políticos fuertes hacia nadie, los que crecimos en los hipócritas años de los noventa, idiotizados, despolitizados, los que comenzábamos a adolecer mientras la gente salía a la calle a gritar que se vayan todos. Por fin llegamos a la plaza, mi mamá y yo. Juntas cantamos, caminamos y observamos. Ella les pudo poner caras, a esas miles de personas que piensan parecido a ella, parecido a mí. Existen. No son rumores ni cifras abstractas.
En la plaza sentí, sobre todo, ternura. Porque ternura es eso que aparece cuando algo nos despierta amor, unas ganas de dar un abrazo, nos llega, nos sonríe. Encontré mucha ternura en ver a tantos jóvenes, en las madres y los padres como mi mamá con hijas e hijos de mi edad, en las agrupaciones que impulsaban a cantar con pasión, en las parejas de señores y señoras mayores que hacían una cola interminable tras una valla para despedirse de Néstor, bajo el rayo de sol de las 3 de la tarde, que pegaba y cómo. Encontré lo mismo en quienes andaban sacando fotos, buscando captar en una imagen, una sola, esa ínfima porción de plaza que pudiera expresar lo que se siente. La encontré también en las parejas que iban con sus hijos en brazos, con sus bebés en cochecito, en quienes andaban en silla de ruedas buscando el mejor camino para llegar a colgar una flor en la reja de la Casa de Gobierno, para Néstor y Cristina. Encontré la ternura en los que andarían ahí “para ver”, como yo. En los que miraban la pantalla gigante desorientados, en los que se cubrían del sol con lo que fuera posible, en los que se abrazaban con gente que encontraban, en todos nosotros, de distintos ámbitos sociales y edades, saltando y cantando para no ser de Clarín, militar, gorila ni traidor. En los aplausos. En la unión, en los vínculos espontáneos que surgen en situaciones como esa, en nuestra humanidad.
En estos días sentí alegría por mi abuelo. Sentí orgullo por mi mamá. Sentí tranquilidad por tener los amigos que tengo. No podemos estar equivocados ni yo ni toda esa gente que hubo en la plaza todos estos días, la que no pudo ir, la que tiene vergüenza de animarse a decir que se siente bien con este modelo, los jóvenes, los más viejos, los que se sintieron excluidos por gobiernos anteriores. Somos muchos, con caras y cuerpos, no somos números, estadísticas. Somos personas cantándole a
Néstor Kirchner no está mas. Eso no lo podemos reparar. Ante la muerte, sólo el tiempo consigue apaciguar el dolor. Podemos recordarlo y así vivirá, de otra forma. Pero no quedará un silencio, sino mucha vitalidad. Lo demostraron el montón de jóvenes llorando por su pérdida y dando fuerza a Cristina, los viejitos al sol haciendo cola de horas y horas para entrar a despedirse de su querido Néstor, los desconocidos de twitter, los de Belgrano y Palermo mezclados con gente de zona sur, del oeste, extranjeros, catamarqueños, jujeños, de todas las provincias.
Éramos muchos ahí, inclusive los que nunca…
personas que seremos el fiel respaldo de este proyecto político.
Entonces, si bien el dolor sube y baja, lloro y paro, me tranquilizo y me angustio, también aparece y reaparece la tristeza transformada en emoción.
martes, 26 de octubre de 2010
Catorce palabras y una coma alcanzan
lunes, 25 de octubre de 2010
Pescetti: te necesitábamos en 1990
Nos pusimos serios
viernes, 15 de octubre de 2010
Cosas que pasan
Desde la parte trasera de su cabeza, naciente de la profundidad de su universo etéreo, tan cerca y tan lejos, se anunciaba una lágrima que tardaría en llegar. Percibió sin embargo que ya estaba en camino, entonces dio la orden de que todo lo que pudiese frenar su llegada se le interpusiera. Pensó en otras cosas y buscó, desesperadamente, recuerdos capaces de revertir la terrible e impensable situación que se aproximaba. Para ella, la lágrima simbolizaba la más vergonzosa debilidad.
Justo cuando se encontraba en la cumbre de su desesperación y hubiese hecho cualquier cosa con tal de evitar el mal momento, sintió que sus ojos miraban ya empañados. Vio el piso nublado, su cabeza en todo momento había apuntado hacia abajo. No había remedio, la sensación se intensificaba cada vez más y más cerca del entrecejo, iba desde detrás de la nariz hacia alguna parte que quedaba delante de su cara. Tragó saliva con fuerza, como si en ese trago pudiese también llevarse la angustia o llevárselo a él. La única posibilidad, si así puede llamarse a algo muy improbable pero que como poder ser puede ser, era que al levantar la vista él ya no estuviera y entonces todo hubiera sido producto de su imaginación, perteneciente a alguna otra vida, o que él hubiese comprendido que tenia que irse, por ella.
Caían una lagrima y otra retardadas por todo el esfuerzo destinado a alargar su nacimiento para que, al menos, se tratara sólo de un llanto corto, uno que se le “había escapado” tal vez por haber bebido tanto vino. Echarle la culpa al alcohol… Seguía mirando para abajo, hacia sus piernas que estaban inmóviles y tensas, sosteniendo su estructura ósea y absorbiendo alguna que otra lágrima que iba directo a disolverse en la tela de su pantalón. Pensó en el día en que lo había comprado. Caminaba por una avenida, lo vio en una vidriera y se lo probó. Le sentaba justo. Todo era hermoso en aquel lugar: los probadores, el techo, la exactitud de la luz, sus manos, su pelo, la juventud. En esos días él no existía, ella era completamente libre y fresca. Todo le parecía triste y lejano. No era esa una situación para sentirse hermosa, ni siquiera bien.
El no decía nada. ¿Estaría todavía ahí? Ya empezaba a dudar realmente. Con tal de reducir el daño comenzaba a creer que tal vez era posible que él ya no estuviera. Llamaba su atención que no le dijese nada durante esos minutos, que fueron pocos, pero duraron mucho. ¿No sabría qué decir? ¿Prefería no decirle? Qué triste era que no supiera qué decir. Siempre hay algo para decir. Que triste sería que prefiriese no decirle nada. Nada de nada.
En aquel momento se convenció de que era capaz de odiar a alguien. Siempre supo que era probable aquello de sentir fuertes punzadas, incomodidades, impotencias. Sabía que muchas veces se sufre a costa de la propia voluntad, pero ahora descubría que lo había olvidado. Este hombre le ponía punto a la historia, sin pedirle permiso ni opinión. Venía al encuentro simplemente a contarle su decisión y a explicarle el por qué. En esos días ella hubiese pedido por favor que le mintieran y le dijeran que todo era una ilusión, que en verdad él se había asustado y volvería y creerlo por un tiempo hasta darse cuenta de que no.
Era mejor no levantar la vista y esperar a que algo pasara porque mirarlo era confirmar que todo era verdad. Podía escapar, al menos por un rato, si se detenía a mirar los poros de la tela de su jean, imaginar cómo es que la tela se fabrica, contar cuántas líneas blancas y puntitos apilados verticales se veían, cuántos horizontales. Imaginar obreros y obreras y maquinas y fabricas y vendedores. Imaginar el camino de los pantalones, los precios, las caras de la gente al verlos, imaginarse a ella misma caminando contenta con ese mismo pantalón y sin ese hombre, imaginar que ese tipo nunca había existido y que el ultimo día vivido había sido aquel en que entró a la tienda. En definitiva, ese pantalón que llevaba puesto era la causa de su tristeza y su desgracia. Era también su desilusión. La culpa no era de nadie. Eran cosas que pasan.
Como se convenció de eso, levantó la cabeza. Mejillas húmedas y ojos vidriosos. Nada que esconder. Lo miró fugazmente a los ojos. Con la mirada dibujaba sutiles diagonales, como si mirara distraída. Veía los colores y las luces más expandidas de lo habitual. Pensó que sólo desde la tristeza puede comprenderse la realidad: una cena triste, un amor que ya se iba por las puertas, las ventanas, los ojos y las manos. Entonces, él habló:
-Te entiendo - le dijo.
viernes, 8 de octubre de 2010
Como las horas del día.
miércoles, 6 de octubre de 2010
Prefiero el banquito, lindo
Por momentos, Gabriel roza mi pierna con su pierna. Y lo sabe. Se apoya en mí, deja escapar un suspiro leve que llega hasta mi cuello. Y lo sabe. Me agarra del brazo, me da un beso en el hombro. Y lo sabe. Los demás nos miran cómo diciendo “¿qué hacen?”.
- Estoy cansado – me dice.
- ¿Por? – le pregunto.
- Porque ayer salí y me dormí tarde – me responde.
- Ah, y si. ¿Qué hiciste? – le pregunto. Asoma una sonrisa.
- Salí con una amig… –
- Claro ¡con una amiga! – le digo y río.
- Si… no me hagas acordar que me dan ganas de volver – me dice con sonrisa de lado a lado.
Nuestra conversación no es la única, hay otros que hablan y que nosotros no escuchamos. Hay muchas personas. Me paro, camino hasta la mesa y sirvo más vino en mi copa. De qué río, pienso. Miro mi silla vacía, intacta, al lado de la suya. Lo miro y sigo sonriendo. Agarro un pequeño banco, que nadie parece ni advertir y lo pongo en un hueco, cerca de un desconocido. Ahí me siento. Volver a la comodidad de la silla es una contradicción si Gabriel está sentado al lado.
lunes, 4 de octubre de 2010
jueves, 30 de septiembre de 2010
Buenos periodistas
Prendo la televisión y el debate es constante. Al menos en los programas que yo veo. Los medios de comunicación masivos en general (la radio, la gráfica,
Cuando me envuelvo en estos debates pienso muchas cosas. Sin embargo tengo una postura tomada. Es un criterio que acomoda todo el desorden que se presenta. Es sencillo, prácticamente básico. Hace un tiempo que no puedo olvidar a un profesor, a Rodolfo, a quien conocí en la materia de Comunicación Periodística de la carrera que estudio. Esta cursada fue mi primer contacto con lo que del oficio de periodista puede aprenderse, si se quiere serlo. “Periodista de oficio”, así se presentó Rodolfo la primera clase. Después nos aclaró que no iba a poder enseñarnos mucho porque la pasión por el trabajo no se aprende. Era un tipo que había andado. Y como estaba viejo, decía, daba sus clases basándose en anotaciones y citas de autores que escribió alguna vez en un sin fin de fichas. Las leía e iba agregando anécdotas personales. Como un archivo a la antigua, así nos dio sus clases. Ni desgrabados, ni proyectores, ni notebooks. Se desvió de lo académico: no ignoraba el plan de estudios que le proponía la cátedra pero no elegía seguirlo.
Con nuestra complicidad, Rodolfo se sentaba a contarnos lo que era "ser periodista". Nos enseñó, también, reglas básicas para escribir una nota publicable. Hacíamos ejercicios y listo. Pero eso no era lo más importante. Tuvimos muchos encuentros con él, desacartonados, poco exigentes, extraños para nosotros tan acostumbrados a seguir la regla. Charlaba de sus anécdotas como un abuelo.
La última clase, antes de entregar el trabajo de investigación final, dijo que quería decirnos unas palabras. Por un lado nos deseaba que nos fuera muy bien a todos en lo que eligiéramos. También quería develarnos un secreto muy importante. “Lo más importante para ser un buen periodista es ser una buena persona" nos dijo. Así que nos mandó a esforzarnos en ser buenas personas antes que en ser grandes periodistas. No concibía una cosa sin la otra.
No me fui especialmente conmovida de aquella última clase pero ahora, después de ver y escuchar hablar a tantos periodistas, a tanta gente del medio y también a tantas personas en reuniones sociales, en medio de debates interminables sobre eso que llamamos los medios, pienso que Rodolfo tiene razón. En definitiva sólo puedo recurrir primero a esa máxima a la hora de juzgar a las personas que hoy integran cada una de las empresas mediáticas y levantan la voz para expresas sus ideas o para contarnos qué cosas son las que pasan en el mundo y por consiguiente cuáles son las más relevantes, las que debemos saber. Así que desde entonces primero pienso si son buenas personas y después, recién después, puedo llegar a concluir en si son además buenos periodistas. Porque creo que entendí. Entendí que Rodolfo no hablaba de la pura bondad sino también del compromiso, de hacer buen uso de la información, de saber que tratar con ella no es juego de niños. Manipular datos o seleccionar agenda es como jugar con fuego. Y los que juegan con fuego se hacen pis en la cama, como dice el refrán. Hoy imaginamos a Clarín cambiando sus sábanas cada noche. No podía ser de otra manera.
"Lo más importante para ser un buen periodista es ser una buena persona" nos dijo Rodolfo aquel día. Algo tan simple, algo tan complicado.
martes, 28 de septiembre de 2010
Y un día sucede
Escribís hace bastante y te gusta hacerlo. A veces te dicen que está bueno lo que hacés. Otras no te dicen nada. Pensás que quizás estaría bueno hacerte un blog. Verbo condicional: “estaría bueno”. Y así andás, conjugando siempre de ese modo, desde hace años. Tenés un montón de ideas en la cabeza. Tenés proyectos, inquietudes, cosas para decir. Tenés una pila interminable de apuntes que leíste para tu carrera. Quiere decir que sobre algunas cosas sabés. Tenés convicciones políticas. También tenés problemas. Algunos los padecés, de otros te reís vos y todas tus amigas. Tenés ganas de conocer ese hombre que se diferencie del resto para poder elegirlo. Querés que te elija. Tenés ganas de viajar. Algún día (algún día) va a importante poco lo que digan los demás. Y entonces te vas a animar a hacer lo que tanto te gusta: cantar. Estaría bueno. “Lo que vale es el deseo. Lo que nos lleva a hacer las cosas es en definitiva el deseo y por él vivimos”. Te convencés, te autoconvencés de que así es. Pero todo parece lejano.
A veces pensás que hay cosas que no van a pasar nunca, pensás que al final, lo del blog, como todos los demás "estaría bueno", es una boludez. ¿Yo un blog? ¿Para qué? Pero por alguna razón te relajás y un día sucede.
Parece que tengo un blog y está cortado en juliana.